CON NOMBRE PROPIO

20 años no es nada…

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Mañana se cumplen 20 años de la firma de la paz y es buen momento para reflexionar sobre lo que representa o debió representar, sobre todo cuando el aniversario no tiene más recordación que un esfuerzo medio mercadológico y publicitario de la Municipalidad de Guatemala en mupis y paradas de bus con una frase entrecomillada fuera de contexto y sin autor.

¿Qué vino y qué debería haber venido luego de la firma de la paz? Esta es una de las tantas preguntas que tenemos que intentar contestar. El 29 de diciembre de 1996 se firmó, en un patio del Palacio Nacional, el último de los acuerdos de paz. A partir de ese día, conforme los expertos, terminó nuestra “transición democrática” y empezó el proceso de “consolidación democrática”. Esa fecha marca el fin de la época iniciada en 1954, donde fue proscrito pensar de forma distinta, llegándose al extremo hasta de constitucionalizar la prohibición. En un país, donde pensar de forma disidente era un delito, esta nueva puerta significa mucho.

Los acuerdos de paz establecen una serie de compromisos, la idea es erradicar las causas que dieron origen al enfrentamiento armado y evitar el surgimiento de uno nuevo, lo lógico es marcar una serie de pasos programáticos para promover un plan de desarrollo con lineamientos técnicos y políticos, claros y coincidentes.

La idea de los Acuerdos no era que fueran el Gobierno y la insurgencia quienes promovieran su cumplimiento, sino que los distintos compromisos fueran adoptados por la sociedad en su conjunto para articular una verdadera agenda de desarrollo. El Gobierno estaba siendo presidido por el más conservador de nuestros presidentes democráticos, así que haber llegado a un acuerdo definitivo no era poca cosa en aquella circunstancia, sobre todo cuando su principal asesor era un marxista reconocido que había roto con la comandancia guerrillera.

El cambio radical en libertades políticas ha sido exponencial. Como nunca antes en nuestra historia tenemos —por lo menos en los medios de expresión tradicionales— un libre juego de ideas y pensamientos, los partidos políticos —a pesar de su descrédito institucional— recogen los lineamientos desde una izquierda radical y revolucionaria hasta un neofascismo escondido en ribetes democráticos; sin embargo, en cuanto a libertades económicas el país no despega.

Al firmarse la paz y establecerse una agenda común de desarrollo que sirviera de base para que los distintos gobiernos crearan, bajo sus directrices, verdaderas políticas públicas de largo plazo para intentar atajar los temas estructurales de una sociedad excluyente y sobre todo poco tolerante, se esperaba un nuevo comportamiento económico que empujara a una lucha frontal contra la pobreza. Esto no se ha hecho.

La estructura económica nacional es mercantilista, los sistemas educativos y de salud son deficitarios y de mala calidad.

Es mentira que con la sola firma de los acuerdos de paz, por generación espontánea, nuestro país cambiaría para situarnos en un estrato diferente, pero sí constituye uno de los principales pasos para un mejor futuro, sobre todo cuando el Estado fue el mayor asesino del siglo 20.

Guatemala es, después de Haití, el país con mayor brecha social en este hemisferio, esto debe obligarnos a empujar, a como dé lugar y desde cualquier tribuna, procesos que tiendan a una verdadera movilidad social y comprender que sin educación pública de calidad eso será imposible.

20 años no es nada para la historia de un país… pero sí es para nosotros el paso más importante que hemos dado para construir un Estado democrático y republicano. Ojalá no condenemos a la niñez a seguir en el escenario social y económico del 2016, ese es el reto.

@Alex_balsells

ESCRITO POR:

Alejandro Balsells Conde

Abogado y notario, egresado de la Universidad Rafael Landívar y catedrático de Derecho Constitucional en dicha casa de estudios. Ha sido consultor de entidades nacionales e internacionales, y ejerce el derecho.

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