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Un día en la vida de Tono

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Tono tenía 19 años cuando fue atropellado por una camioneta que le cercenó por completo las piernas. Desde ese día su vida cambió radicalmente, teniendo que luchar con el hecho de una discapacidad que lo ató permanentemente a una silla de ruedas.

Las posibilidades de ganarse la vida honradamente se fueron limitando cada vez más, le cerraron las puertas de muchos trabajos, asumiendo que era incapaz para desempeñar una labor, a pesar de tener un título de contador. El prejuicio de no contratar a una persona con discapacidad está latente en nuestra sociedad.

Tono vive solo, pues su esposa lo dejó después del accidente y su lucha diaria la pelea con sus propias fuerzas. Un día en su vida transcurre así: al despertar, como puede sube a su silla de ruedas, se viste, asea y con el estómago vacío se encamina a la aventura cotidiana. Ubicado en alguna de las esquinas de la ciudad capital, pide limosna a quienes transitan por esa calle. Me comentaba que vive de la caridad de cualquier persona que sienta compasión por él; otros solo le observan con morbosidad y no le dan nada.

Ya entrada la mañana, consigue dinero para comprar café y un pan. Me decía que muchas veces esto es lo único que podrá ingerir en todo el día. Con lo que junta paga la renta del cuarto de lámina que habita. Y de lo poco que le sobra, compra sus medicinas, pues también es diabético.

Sufre mucho porque no tiene quien lo ayude a movilizarse. Me contaba que aunque su vida es muy dura, no pierde la fe de conseguir un trabajo, para tener una vida un poco más tranquila. Quedé sorprendida cuando con una sonrisa plena me dijo que a pesar de todo era feliz. Cuando lo escuchaba pensé, cuántas personas tienen salud, recursos, familia y muchas cosas más, sin embargo no pueden ser felices.

Sorprendida, le pregunté qué lo hacía feliz, y sonriendo me contestó: La vida misma, abrir mis ojos y saber que mientras hay vida hay esperanza. ¿Y sabe algo, seño’ —me dijo—, “no pierdo la ilusión de volver a trabajar”. Sus palabras todavía resuenan en mi mente.

Analizando el caso de Tono me pregunto, ¿cuántas personas discapacitadas tienen que pedir dinero en las esquinas para sobrevivir, pues nadie les da una oportunidad de trabajo? ¿Existen rampas y centros de ayuda en Guatemala?

Es lamentable la triste realidad de las personas con capacidades especiales. Para algunas de ellas su vida es un desafío diario, porque son discriminadas en nuestra sociedad. Nadie se preocupa por ellas, son invisibles para la mayoría de las personas, muchas se encuentran totalmente solas y desamparados, algunas abandonadas por su propia familia.

Debo subrayar que aunque estas valiosas personas tienen dificultades para movilizarse, su mente está intacta y vuela libremente, su inteligencia y creatividad es normal o incluso superior y su voluntad es férrea. Muchas de ellas lo único que quieren es trabajar y poder sostenerse por sí mismas, sin pedir dinero a nadie.

A pesar de todo lo que tienen para dar, es evidente un abandono gubernamental, social y familiar hacia este grupo, por lo que hago un llamado a las empresas para que apliquen la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) contratando a estos ciudadanos y así devolver al país un poco de lo mucho que nos da.

Son contadas las empresas que destinan un fondo para este propósito, mayormente si el Gobierno se hace de la vista gorda.

No pido que se les regale dinero sin trabajar, sino que se aplique el famoso proverbio chino: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”.

Si el Gobierno no actúa, actuemos entonces nosotros como una sociedad unida.

imagen_es_percepcion@yahoo.com

ESCRITO POR:

Brenda Sanchinelli

MSc. en Relaciones Internacionales e Imagen Pública. Periodista, experta en Etiqueta. Dama de la Estrella de Italia. Foodie, apasionada por la buena mesa, compartiendo mis experiencias en las redes.