Mario Vargas Llosa, el escritor peruano que en 2010 recibió el premio Nobel de Literatura, nunca ha ocultado su amor por los hipopótamos.
BBC NEWS MUNDO
Por qué Mario Vargas Llosa adora a los hipopótamos y otras historias curiosas del hijo más ilustre de Arequipa
"Su pasión es revolcarse en el barro, estar en las charcas y hacer todo el tiempo el amor con la hipopótama. ¿No es de admirar? Los adoro".
“Es un animal lindo, delicado, y un ejemplo para el ser humano. No hace daño a nadie. Tiene una piel suave, una garganta chiquita y sólo ingiere libélulas y pequeños insectos”, explicó el autor de “Conversación en la catedral” (1969) en una entrevista con el diario español La Razón en 2009.
Y en la Casa Museo Mario Vargas Llosa, en la ciudad de Arequipa, se pueden ver hipopótamos de varios tamaños y colores en uno de los muchos ambientes.
“Claro que hay hipopótamos. Y entiendo que Mario Vargas Llosa tiene también hipopótamos en el lugar donde reside actualmente”, le dice a BBC Mundo Mario Rommel Arce, el director de la Casa Museo y Biblioteca.
“Su admiración tiene que ver con el entusiasmo sexual de estos animales“, explica.
Pero, ¿qué otros secretos sobre el autor de “La ciudad y los perros” (1961) se esconden en la casona donde el escritor nació en 1936?
En ocasión del Hay Festival de Arequipa quisimos repasar, una vez más, la vida de quien quizás sea el arequipeño más universal de todos. Y encontramos varias historias curiosas.
El volcán Ubinas y la partera inglesa
El 28 de marzo de 1936, el día del nacimiento del Nobel, radio Arequipa daba un parte de última hora en el que anunciaba que la “actividad fumarólica” del volcán Ubinas atemorizaba a los pobladores de la ciudad.
Sin embargo, en la vieja casona del Boulevard Parra, donde ahora funciona la Casa Museo, la preocupación era muy distinta.
Dora Llosa Ureta ya sufría de dolores que eran la antesala del inminente nacimiento de quien sería su único hijo y la partera no aparecía por ningún lado.
Miss Pritchard, la “comadrona” que ahora es parte de la mitología arequipeña, en aquellas horas atendía otro parto a pocas cuadras de allí.
En una de sus columnas, publicada en 2011 en el diario madrileño El País, Vargas Llosa recreó aquella mañana en la que su madre “estuvo sufriendo lo indecible durante seis horas”.
“Yo, por lo visto, con un emperramiento tenaz, me negaba a entrar en este mundo”, interpretó el autor de “La guerra del fin del mundo” (1981).
La inglesa evangélica Susan May Pritchard culminó sin embargo el trabajo y gritó “es un varón” alrededor del mediodía.
En Arequipa cuentan que Pritchard llegó a recibir la condecoración de miembro de la Orden del Imperio Británico de parte de la Reina Isabel II de Inglaterra en 1956.
La mujer se pasó 48 años trayendo al mundo a arequipeños, hasta que ya no le dieron las piernas para caminar por toda la ciudad.
Adiós Arequipa, hola Cochabamba
El primer año de Mario Vargas Llosa fue una pesadilla para su madre.
“Dorita” fue abandonada en Lima por Ernesto Vargas meses antes de que el hijo de ambos naciera, por lo que volvió sola y embarazada a Arequipa.
“Las habladurías de aquel entonces eran una condena social muy fuerte. Generó mucha crítica y rechazo, por eso decidieron irse a Bolivia rumbo a Cochabamba”, explica Mario Rommel Arce, quien además es autor de un libro sobre Belisario Llosa y Rivero, el primer escritor de la familia Llosa de Arequipa.
En “Como pez en el agua” (1993), las memorias escritas por Vargas Llosa, el autor relata que su mamá casi no salió de la casa de Boulevard Parra durante ese primer año por la condena social contra las madres solteras reinante en aquel entonces.
Así fue como, en 1937, “Dorita” junto a su recién nacido hijo partirían a los valles de Cochabamba, en el centro de Bolivia.
Allí darían alcance a Pedro Llosa, padre de Dora Llosa y abuelo de Mario Vargas Llosa, quien se había trasladado hasta ese país años antes para participar de un proyecto algodonero.
Bolivia en la década del 20 realizaba importantes esfuerzos por aprovechar sus valles y sierras para la agricultura.
Así llegaron colonias de japoneses, menonitas y también palestinos como Issa Said, todos con más experiencia en el manejo de tierras que los campesinos bolivianos.
La familia Said se asoció con inversores peruanos para instalar una fábrica de hilos y tejidos en Bolivia en 1928 y así fue como Pedro Llosa llegó a Cochabamba.
Sin imaginarlo, el abuelo de Mario Vargas Llosa aportó a la conformación de la poderosa Fábrica Said, una textilera que casi no tuvo competencia en Bolivia hasta los años 80.
Las primeras lecturas del Nobel
El futuro autor de “La fiesta del Chivo” (2000) se quedaría en Cochabamba hasta 1945. Allí comenzaría sus estudios y aprendería a leer en el colegio La Salle.
Carlos Carrasco, diplomático boliviano compartió con Vargas Llosa esos años. conversó con BBC Mundo sobre su relación con él.
“Yo lo recuerdo como un niño taciturno. Era de pocas palabras, pero llegó a hacer muchas amistades en el colegio. A nosotros lo que más nos llamaba su atención era su acento peruano que era muy diferente a nuestra forma de hablar“, recordó el académico que ahora reside en La Paz.
Carrasco explicó que las primeras lecturas de él y Mario fueron los libros con los que frailes catalanes y gallegos les impartían clase.
Entre ellos estaba uno de cuentos breves realizado por una profesora llamada Dora Salinas, con el que Vargas Llosa comenzó a entrenar su capacidad de lectura de comprensión.
“Mario no era el mejor del curso, pero sí destacaba en escritura y lectura. Creo que algo tuvo que ver con que tuvimos un excelente profesor de gramática, el padre Julián”, recuerda Carrasco, quien es autor de la novela “La última confesión de un libertino” (2016).
Vargas Llosa y Carrasco se reencontrarían varias décadas después, en 1996 en París.
El escritor peruano recordó en libros y columnas su paso por las aulas del colegio La Salle de Cochabamba, sin embargo eso no sería lo único que le quedaría de su paso por esa ciudad.
Allí también, con 9 años de edad, conocería a Julia Urquidi, una tía política suya 10 años mayor que él.
El retorno del padre
A los 10 años, el joven Mario Vargas Llosa supo que su padre no estaba muerto como le había dicho su madre y lo conoció ya de vuelta en Perú.
Con sus progenitores en proceso de restablecer su relación, el futuro periodista pasaría por un par de colegios más hasta que a los 14 años sería enviado a un Colegio Militar.
“El padre de Vargas Llosa era muy posesivo y no le interesaba estimular su hábito de leer. Pensó que enviándolo a un liceo militar 'lo volvería hombre'”, comenta Mario Rommel Arce desde Arequipa.
Sin embargo, todo salió al revés y fue en ese centro de educación donde Mario Vargas Llosa consolido su vocación de lector y escritor.
Los sentimientos encontrados del Nobel por su autoritario y violento padre quedarían en evidencia años después.
La tía Julia
Con 19 años, en 1955 Mario Vargas Llosa se casó con Julia Urquidi, “la tía” 10 años mayor que él.
Urquidi en realidad era la hermana de una tía política separada del hermano de la madre del entonces estudiante de Derecho y Literatura.
En los hechos no eran parientes, sin embargo, el mismo Vargas Llosa se encargaría de inmortalizar ese mito a través del relato ficcionado titulado “La tía Julia y el escribidor” (1977).
A pesar de escandalizar a sus respectivas familias, el matrimonio duraría hasta 1964.
La pareja llegaría a vivir algunos años en París a principios de los 60, donde el cada vez más prolífico escritor se rodearía de otras figuras del ambiente cultural europeo y latinoamericano.
Sería allí, además, donde Vargas Llosa viviría sus años de mayor simpatía por la naciente Revolución Cubana, aunque aquel entusiasmo le duraría muy poco.
El literato se volvería a casar otra vez en 1965, esta vez con su prima Patricia Llosa, de quien se divorció en 2016.
Julia Urquidi, por su parte, casi dos décadas después de divorciarse, llegaría a publicar en Bolivia y Perú “Lo que Varguitas no dijo” (1983), un libro autobiográfico que es considerado una mordaz respuesta a “La tía Julia y el escribidor”.
Una copia del mismo, dedicado “a mi sobrino Vargas”, se conserva en la biblioteca que el autor le dejó a su ciudad natal.
Pero esa, ya es otra historia.