PUNTO DE ENCUENTRO
Otro 25 de noviembre sin poder celebrar
Llega el 25 de noviembre, Día Internacional de la No Violencia contra las Mujeres, y nos encuentra otra vez sumidas en la tristeza e indignación por lo que ocurre en Guatemala, pero también dispuestas a continuar trabajando y exigiendo una vida libre de violencias, igualdad en derechos y oportunidades, y transformación de este sistema en el que continúan las relaciones de poder basadas en el control y el dominio, que nos conducen a la subordinación y discriminación.
Si bien se ha dado un enorme paso con la aprobación de legislación que castiga los femicidios, los embarazos forzosos, las violaciones sexuales y todas las formas de violencia machista, este país sigue siendo un paraíso para los victimarios de las mujeres. La mayoría de los perpetradores permanecen sin castigo (impunidad) y muchos de los casos ni siquiera llegan al sistema de justicia.
Se ha hecho un enorme esfuerzo por construir institucionalidad a favor de los derechos de las mujeres y las organizaciones sociales han realizado una labor incansable por visibilizar la problemática, acompañar a las víctimas en los procesos legales, brindarles atención integral, impulsar políticas públicas y legislación que permitan revertir la desigualdad, la violencia, la falta de oportunidades y la violación de derechos. A pesar de eso, este país sigue siendo profundamente machista y extremadamente conservador.
En pleno siglo 21 persiste la creencia que las mujeres somos objetos en propiedad, ciudadanas de segunda categoría y que nuestro papel se restringe al ámbito privado, con roles únicos como el de la maternidad y el cuidado del hogar. Las cifras escandalosas de asesinatos de mujeres (en lo que va del año se registran 565 femicidios) o el número de niñas y adolescentes violadas (de enero a marzo de 2016 se registraron 687 nacimientos de madres entre 10 y 14 años) o el rechazo de los diputados (y algunas diputadas) de aprobar las reformas electorales que permitirían la participación política igualitaria entre hombres y mujeres, son ejemplos concretos que nos reflejan como sociedad.
A diario se suman decenas de alertas por desapariciones de niñas y jóvenes, que en muchos de los casos son víctimas de trata (48,500 con fines de explotación sexual, según Unicef) y miles más sufren explotación laboral o servidumbre (en las fincas o tortillerías, por ejemplo).
Está claro que a pesar que existen leyes y se han dado condenas en casos de violencia contra las mujeres persiste una cultura que sigue promoviendo anti-valores, estereotipos, prejuicios, descalificaciones y creencias que mantienen a los hombres en una situación de dominio y privilegio y a las mujeres en una posición de sumisión y subordinación, que no les permite ni siquiera decidir sobre sus propios cuerpos.
En la familia, la escuela, la iglesia y los medios de comunicación se refuerza permanentemente la desvalorización de las niñas y las mujeres; son esos los ámbitos en donde los varones aprenden que a una mujer se le pega, se le acosa, se le exige silencio y servicio. Los mismos espacios en donde a una niña se le enseña a obedecer y servir sin preguntar, a realizar tareas domésticas y a cumplir lo que los “hombres” de la casa manden, porque así tiene que ser.
Y es precisamente a partir de ahí que se disparan las desigualdades y comienzan las violencias. Las leyes son necesarias, la aplicación de la justicia también; pero imprescindible resulta atacar las causas que subyacen detrás del dominio masculino para empezar realmente a solucionar el problema y erradicar las violencias que nos quitan la vida, la dignidad y la libertad.
@MarielosMonzon