“Yo le doy una manita a los demás, puedo caminar pero a veces me cuesta, por eso uso mi bastón. Aquí todos me quieren, pero por mi enfermedad ya no puedo trabajar”, relató Augusto Mazariegos.
Su llegada al asilo fue hace nueve años, luego de haber sido embestido por un grupo de jóvenes que corría por la avenida Bolívar.
Una de sus comidas favoritas es el pollo guisado y el pepián. Él es uno de los más fuertes y lúcidos del lugar. Ayuda a trasladar a otros de sus compañeros y apoya en algunos deberes del hogar.
“Gracias a Dios porque existen estos lugares”, dijo.