PERSISTENCIA
De la literatura del yo
Ser escritor honrado implica que se ha de escribir sobre los temas que se han sentido y vivido en carne propia. Y nada es más asequible que la propia problemática vital. Nada, tampoco, más querido u odiado.
De este modo, el escritor abordará el material inicuo o excelso por él vivido. De ahí que le sea tan imperioso y necesario escribir, porque al hacerlo, está satisfaciendo una de sus necesidades psíquicas más impostergables: la de hablar de sí mismo: contar sus alegrías, abismos, angustias, sueños…
Y él, siendo él, interiorizándose, lo que equivale a su propia alma, sino la del lector. Así, sus temas o personajes son siempre universales, pues parten de un ser único, de un individuo que aún no ha caído en la agobiante masificación (que aniquila todo pensamiento o sentimiento por los recintos de su propia alma que le adentran en lo humano eterno.
Viene al caso recordar que todo escritor –que no teme la total entrega a su oficio–escribe siempre sobre sí mismo.
Refiriéndose a Shakespeare, Esteban, personaje sobresaliente en Ulises de James Joyce, nos dice que “Él es todo en todo”. De tal forma que el “muchacho del primer acto es el hombre maduro del acto quinto. Todo. En Cymbelino, en Otelo en rufián y cornudo. Actúa y el deseando incesantemente que el moro que está en él sufra… Encontró como actual en el mundo exterior lo que en su mundo interior era posible… es indudablemente todo en todo en todos nosotros…”
Y James Joyce, ¿no es de él mismo de quien nos habla a través de toda su labor literaria? ¿Y Goethe? ¿Y Dante? ¿Y Cervantes?…
Dostoievsky encuentra un alivio a su infinito tormento psíquico al entregársenos totalmente en sus novelas, retratándose en cada uno de sus personajes: hombre, mujer, niño, anciano, criminal, santo… Él es la humanidad entera porque logra ser él mismo, porque tiene la valentía de escribir, como todo escritor honrado, sobre sí mismo.
Y es esta época de praxis y masificación; en esta época en donde el individuo deambula más solitario que nunca por los caminos de la desesperación y el desamparo, sin atreverse a hablar con nadie de sí mismo, ocultando sus humanos dolores como si fueran fétidas lacras repugnantes, pensamos que la literatura, la auténtica literatura que desnuda inmisericorde y benigna la conflictiva psiquis del hombre, llega hasta él como una amiga, única e inconfundible, veraz y lúcida, abierta y franca.
La literatura, sobre todo “la literatura del yo”, va dirigida a este hombre que no sabe dónde ocultar su sufrimiento, que busca inacabables confesiones, que ansía un poco de amor en un mundo totalmente deshumanizado.
Se nos dirá que también está la religión… pero ella lo vuelve masa y lo planifica a su manera. Lo mismo que cualquier otra secta encaminada a la salvación del humano. Aunque todo está bien, siempre y que el hombre no sufra y sea bueno consigo mismo y con los demás.
Con todo, aún existen individuos que no logran encajar dentro de ningún rebaño por benévolo que éste sea. Son miles. Para ellos, sobre todo, es la literatura.
Y así como hay un buen ladrón y un mal ladrón, cabría hablar, atrevidamente, del buen escritor y del mal escritor, o del buen lector y del mal lector. El que escribe de sí mismo, sinónimo de hombre honrado, buen escritor. El que al leer se lee, se habla, se descubre, buen lector. Los otros escritores o lectores caerían en el sendero de los que no pueden ser recibidos en el amplio paraíso-infierno de la “literatura del yo”, creada por aquellos seres que aún son lo suficientemente honrados como para realizar su catarsis hablando valientemente de sí mismos.