Sin embargo el genocida nazi, inclinado sobre una pesada mesa de roble macizo estudiando con sus generales y oficiales de estado mayor los mapas de guerra, lo salvó de una muerte casi segura.
Pocas horas después del atentado, el autor de la operación, Conde von Stauffenberg, y otros tres camaradas de conspiración eran fusilados aquella misma noche, en Berlín, después de tensas horas dramáticas en las que los conjurados llegaron a creer en un principio que Hitler había muerto y trataron de poner en marcha la “Operación Valquiria”, desde la capital del Tercer Reich hasta las comandancias militares alemanas de la Europa Ocupada en París, Praga y Viena.
Las instrucciones eran concretas: ocupar lo los puntos estratégicos y arrestar a los jerarcas del partido nazi, mandos de las SS (Escuadras de Defensa personal de Hitler), de la Gestapo (Policía secreta) y altos cargos de la administración nacionalsocialista. Pero el atentado había fracasado y los conjurados no lograron siquiera cortar las comunicaciones de la “Guarida del Lobo” con Berlín.
Las noticias, al principio confusas y contradictorias, de que Hitler había salido con vida hicieron dar marcha atrás a muchos conjurados indecisos y la resistencia se desmoronó.
A las 18.45 de la tarde, cuatro horas después de que Stauffenberg hubiera aterrizado de regreso en Berlín, la radio nazi interrumpe el programa para anunciar que Hitler ha sufrido un atentado, pero que ha salido ileso.
Algunos jefes de la conspiración que abrigaban dudas de que Stauffenberg estuviera en lo cierto al insistir en la muerte de Hitler, que él había podido ver con sus propios ojos, habían intentado llevar adelante los planes, como si el dictador hubiera sido eliminado, pero la operación ya no tenía la menor posibilidad.
La venganza de Hitler fue atroz. Entre 5 mil y 6 mil personas fueron detenidas por la gestapo en relación con el atentado. El que fuera alcalde Leipzig, Carl Goerdeler, de 60 años, a quien los conjurados proyectaban encomendar la jefatura del gobierno tras la eliminación de Hitler, había estado a punto de ser detenido por la policía secreta tres días antes del atentado, al descubrirse que había establecido contactos con el extranjero para tratar de lograr una paz honrosa.
Goerdeler logró mantenerse oculto durante tres semanas, pero el 12 de agosto cayó en las manos de la Gestapo.
El número de condenados a muerte y fusilados o ahorcados en los meses siguientes, algunos, como el almirante Canaris, jefe del espionaje, ejecutados en abril de 1945, apenas un mes de la capitulación de Alemania ante los aliados, se estima en unos 200.
Altos militares de gran prestigio y popularidad, como el mariscal Rommel, el “Zorro del Desierto” que había combatido en el norte de África contra las tropas inglesas del mariscal Montgomery, fueron obligados a suicidarse.
A Rommel se le dió a elegir entre una ignominiosa farsa procesal, y la deshonra pública de toda su familia, o el veneno. Para ocultar al país la verdad sobre el alcance de la conspiración, la propaganda nazi difundió la versión de que Rommel había muerto a consecuencia de las heridas que había sufrido en un ataque aéreo aliado. Por orden expresa de Hitler, Rommel fue enterrado con los máximos honores.
La jornada de aquel 20 de julio había comenzado con normalidad aparente, en un clima sin embargo de creciente conspiración interna entre los altos mandos militares, que en su fuero interno sentían desprecio por Hitler, simple sargento que en la Primera Guerra Mundial (1914-18), y lo culpaban de la derrota de Rommel en El Alamein norteafricano y sobre todo del desastre de Stalingrado, a orillas del Volga, donde 220 mil hombres al mando del general Paulus fueron sacrificados por el dictador para “dar ejemplo al mundo”.
Un calor pegajoso reinaba aquella mañana en el bosque pantanoso de Gorlitz que escondía la “Guarida del Lobo”, un entramado de barrancones y bunkers subterráneos de hormigón armado, protegido por campos de minas y disimulado con redes de camuflaje extendidas sobre las construcciones y hasta con arbustos plantados sobre los tejados.
A pocos kilómetros, el pequeño aeródromo de la ciudad de Rastemburg. Aquí, y no en Berlín, pasaba la mayor parte del tiempo, Hitler desde 1941, tras lanzar a sus ejércitos contra la Unión Soviética de Stalin. Hitler abandonaría aquella guarida en noviembre de 1944, huyendo del incontenible avance de las tropas soviéticas.
Para las 12.30 de aquel 20 de julio, Hitler había convocado reunión de oficiales para estudiar la marcha de la guerra. Alemania afrontaba una situación crítica. En el este, los tanques rusos presionaban sobre las fronteras orientales del Tercer Reich y en el oeste los ejércitos aliados habían desembarcado el 6 de junio en Normandía y se habrían paso por la Francia ocupada en dirección a Alemania.
En el frente de Italia, los aliados presionaban hacia el norte, tras ocupar Roma, y la propia Alemania sufría ataques aéreos cada vez más devastadores.
Hitler había mandado venir de Berlín al coronel Stauffenberg, jefe del Estado Mayor del Capitán general Fromm, comandante del Ejército de Reserva, para que informase sobre las nuevas divisiones formadas en la retaguardia.
Cuando Stauffenberg entró en la sala, Hitler y una veintena de altos oficiales se hallaban en torno a la mesa de roble sobre la que habían sido desplegados los mapas de los teatros de operaciones.
El recién llegado dejó la cartera apoyada en una de las pesadas patas de la mesa, lo más cerca de Hitler que pudo, y pretextando que tenía que llamar por teléfono abandonó el aposento.
Mientras cruzaba presuroso los controles para dirigirse a Rastenburg y regresar a Berlin vio desde lejos como el pabellón volaba por los aires.
Convencido de que el atentado había tenido éxito, Stauffenberg tomó el avión que lo esperaba y regresó a la capital del III Reich, donde los conjurados aguardaban nerviosos su vuelta.
En Berlín, la “operación Valquiria” preveía que el Ejército de Reserva acordonase el barrio gubernamental y arrestase a los altos cargos nazis, entre ellos al ministro de propaganda, Goebbels. Pero al comandante encargado de ejecutar las órdenes le entran dudas y se las expone al propio Goebbels, quien reacciona con la celeridad del rayo, llama por teléfono a la “Guarida del Lobo” y expone a Hitler lo que está ocurriendo en Berlín y como un grupo de traidores está propalando la versión de que el Führer ha muerto.
El militar que debía apresar a Goebbels recibe del mismo Hitler la orden de aplastar la rebelión.
El general Ludwig Beck, que en 1938 había renunciado a la jefatura del Estado Mayor del Ejército al estar persuadido de que los planes de Hitler acabarían abocando al país a una guerra que Alemania nunca podría ganar.
En la cultura
La fecha 20 de julio es conmemorada en Alemania y demuestra que aún en las filas de Hitler había descontento hacia sus medidas totalitarias.
El hecho inspiró una película llamada Valkyrie (Operación Valquiria en Latinoamérica) dirigida por Bryan Singer y protagonizada por Tom Cruise, quien encarnó al coronel Stauffenberg y recrea la fallida conspiración en contra del dictador alemán.