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La increíble vida del único policía que vigila un municipio de 7.000 personas en México (y además es el bombero)

Al personaje de esta historia le sugirieron que no hable. José de La Luz Rodríguez no da entrevistas pero su caso merece ser contado igual.

Siete mil personas habitan las 32 comunidades de Tepetongo y están bajo la vigilancia del único policía de este remoto municipio del estado de Zacatecas: José de la Luz Rodríguez, tepetonguense, 34 años, casado, tres hijos.

Tepetongo es un lugar raro, una suerte de paradoja, un pueblo que casi no necesita policías en uno de los países más violentos del mundo.

José de la Luz se quedó solo hace un año cuando su único colega renunció.

Un tiempo antes habían despedido a ocho agentes que no pasaron el examen de control de confianza. De diez agentes sólo quedó un policía solitario.

Le pusieron cinco auxiliares para asistirlo, pero el único policía-policía en este sitio 100 kilómetros al sur de la capital estatal y en el límite con Jalisco es De la Luz Rodríguez.

Sólo él puede portar un arma, sólo él recibió el entrenamiento, sólo él puede detener a alguien.

Además de sus funciones como policía también traslada enfermos en la ambulancia del pueblo, lleva los citatorios del juez, las cartas de la alcaldía y apaga incendios. Literalmente. En Tepetongo no hay bomberos. Es que en Tepetongo pasa poco.

La recorrida

José de la Luz pasa la mayor parte del tiempo fuera de la comisaría, casi siempre de recorrida.

Con el sol ya escondido se monta en su Dodge Ram, una de las dos patrullas de Tepetongo. La otra es una Nissan con el farol trasero izquierdo roto. Son las unidades 40 y 41.

Va a recorrer pueblos perdidos de nombre novelesco donde las calles de concreto, si las hay, se cuentan con los dedos de una mano: El Salitrillo, Juanchorrey, Arroyo Seco de Arriba, Arroyo Seco de Enmedio, Arroyo Seco de Abajo.

Lugares donde a veces es necesario transitar 30 minutos para llegar y luego recorrer el pueblo en menos de cinco. Sitios donde aunque no haya graves problemas de inseguridad es importante hacer sentir la presencia policial.

Para eso sirven los patrullajes. Aunque la gente preferiría que hubiera más agentes.

Lo que le aportan los “rondines” es tiempo para pensar. Imposible no hacerlo porque pueden durar hasta tres horas.

Robusto, de mirada animada y hablar tranquilo, José de la Luz va con su uniforme azul de policía: camiseta, pantalón, botas negras. Rostro cuadrado, ojos negros, collar de cuentas de madera al cuello. Y sonríe, el policía sonríe bastante.

En la carretera que sale de Tepetongo rumbo a Juanchorrey la vegetación le empieza a ganar terreno al asfalto y luego el asfalto pierde con la tierra. La ruta ahora es barro seco. Caminos con pozos que la Ram desafía sin inconvenientes.

Los dos focos blancos de la camioneta y los dos rojos cortan la negrura de la noche.

Va por caminos de tierra, vacíos, polvorientos, sin más compañía que la del propio camino. Conduce despacio, con tiempo para oler la noche de campo. Un policía solitario que le muestra a la soledad ahí afuera que, en realidad, no está tan sola.

El trabajo es cansador: tres turnos de 24 horas, donde casi no ve a sus hijos, y a veces casi ni puede dormir porque su cama está frente a la celda donde a veces, como anoche, debe esperar que un borracho que le quiso pegar a su mujer vuelva a estar sobrio y deje de gritar para que pueda dormir aunque sea un rato.

Que a veces su carga de trabajo es mucha, no hay dudas. Pero lo disfruta. Si no estaría haciendo otra cosa. Le da un servicio a la gente y la mayoría, la humilde especialmente, lo aprecia.

Llega al primer poblado. El Salitrillo. Como los otros, es casi oscuro, casi fantasmagórico, casi abandonado.

Unos hombres asan carne al aire libre, cerca de la iglesia que -como en otros de los caseríos- son nuevas y relucientes en marcado contraste con un entorno que supo ver épocas mejores. Una nena saluda con entusiasmo al visitante. Un par de caballos se aburren atados a la puerta de una casa a la hora de la cena. Y se acabó. Próxima parada.

Una vaca gorda de ubres inflamadas rumia su paso por Juanchorrey. La Ram se detiene. José de la Luz conversa con un par de hombres sentados sobre un muro de piedras, con sendos sombreros de ala ancha y una botella de tequila sin marca en el medio de ambos.

Es otro de esos pueblos que se resisten a desaparecer.

En los 70, el municipio llegó a tener casi 30.000 habitantes hasta que la gente empezó a emigrar a Estados Unidos.

De Juanchorrey emigraron hasta los tortilleros, aquellos dedicados al negocio de la tortilla de maíz.

En México, Estados Unidos y Centroamérica hay centenares de personas nacidas aquí y que ejercen ese oficio.

Las gallinas de Juanchorrey no ponen huevos, ponen tortilleros, dice el dicho. Tantos se fueron, que ahora las obras en el pueblo se realizan a través del Programa 3×1 para migrantes y están apoyadas por el Club Alianza Ausentes de Juanchorrey.

Lo que quedaron son algunas construcciones exageradas, con cúpulas y columnatas, de colores brillantes, enrejadas, cerradas, casi abandonadas.

Hay un par de tiendas de abarrotes -si en otro tiempo hubo más negocios ya deben haber muerto- y un anciano que batalla con su edad y su pierna derecha para atravesar la plaza.

Los tres Arroyo Seco quizá parezcan más lúgubres todavía. Un ladrido ahogado de perro resuena a lo lejos, la única señal de vida.

También hay gente malagradecida, que le dice que siempre llega tarde.

Con el tiempo que le toma llegar a las comunidades -la más lejana, El Laurel, está a dos horas de Tepetongo-, muchas veces arriba con el pleito terminado. Es lo mejor que puede hacer.

Para el policía no es un trabajo difícil. La gente de Tepetongo es pacífica y no hay muchos líos. Algunos conflictos familiares, a veces las personas toman de más, pero en general no hay grandes problemas.
Ni grandes crímenes, ni hurtos.

El banco lleva dos décadas cerrado, el cajero automático ya no está, pueden robarse unas vacas pero no mucho más. Quizá el infierno de Tepetongo sea que sencillamente no pasa nada.

Toca volver, se acerca la medianoche y el único policía de Tepetongo también debe dormir.

La comisaría

La comisaría, el segundo hogar de José de la Luz, está ubicada sobre la calle principal que a la vez es la carretera federal 23. Nace en Durango, atraviesa Nayarit y Zacatecas y muere 900 kilómetros y cuatro estados después en Jalisco.

Tiene una recepción de tres por tres metros, paredes verdes, un mostrador, una celda, dos cuartos con camas, un baño.

En la pared del fondo una bandera mexicana, un garrote, un calendario y colgados del mismo clavo, dos gorras, una que dice policía y otra que dice policía auxiliar. Al lado, una imagen de Juan Bautista bautizando a Jesús y colgando del mismo clavo, unas esposas.

Una tele apagada que más temprano mostraba El Chavo del Ocho, unos conos en el piso, seis bolsas de crías de peces que un asistente del gobernador dejó en la tarde y que luego tendrán que repartir entre los pobladores.

“Es normal sí. A veces parecemos guardería”, cuenta un auxiliar. Hoy son bolsas de crías de peces, otros días uniformes de secundaria, herramientas, botellones de agua.

El único escritorio pertenece al encargado de tránsito del ayuntamiento. En Tepetongo se consiguen más peces que multas. En su pared cuelgan dos cañas de pescar que deja ahí para en su tiempo libre ir a buscar tilapias a una presa cercana.

La Cuadrilla fue inaugurada en 1990 por el presidente Carlos Salinas de Gortari, único mandatario que alguna vez puso un pie en territorio tepetonguense porque apenas se limitan a visitarlo como candidatos. Esas cosas de las campañas y los pueblos alejados hasta de lo que ya está lejos.

Hay un radio, cuatro walkie-talkies, un monitor que muestra la imagen de cuatro cámaras: dos de la calle, a izquierda y derecha, una de la celda y otra de la sala principal.

Sobre el mostrador descansa el control remoto y el cuaderno de reportes donde se anotan todos los movimientos de la comisaría.

El 8 de julio alguien escribió:

  • 10:27 Sale la unidad 41 a entregar oficios.
  • 11:45 Regresa la unidad 41 sin nobedad (sic).
  • 12:09 Sale la unidad 40 a entregar unas inbitaciones (sic) a las Escuelas.
  • 13:00 Regresa la unidad 40 sin nobedad (sic).
  • 13:25 Sale la unidad 40 para llevar al juez a la comunidad de Bívoras (sic).
  • 14:18 Regresa la unidad 40 sin nobedad (sic).
  • 15:02 Sale la unidad 41 a un accidente frente a la gasolinera.
  • 15:38 Regresa la unidad 40 sin nobedad (sic).
  • 16:42 Sale la unidad 40 para berificar (sic) un accidente en la Curba (sic) del Salitrillo.
  • 17:35 Regresa la unidad 40 con la nobedad (sic) que no se encontró nada ya se abian (sic) llevado a las personas y la moto
  • 22:55 Sale la unidad 40 a dar una recorrida por la Cabesera (sic) MPAL.
  • 00:15 Regresa la unidad 40 sin nobedad (sic).


Un mapa del municipio, un mapa de la cabecera municipal, un pizarrón verde sin nada escrito y algún resto viejo de tiza blanca. Una placa recuerda el suicidio ahí mismo del alcalde Filimón Carlos Robles.

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que el a (sic) llamado de acuerdo a su propósito”, dice la placa.

Filimón Carlos Robles asumió como presidente municipal el domingo 15 de septiembre de 2013. El lunes 30 de septiembre decidió quitarse la vida. La historia la cuenta uno de los auxiliares.

– ¿Traes tu pistola?
– Sí.
– Préstamela. Me voy a matar.

Así más o menos fue el diálogo con uno de los policías aquel día. Amagó dispararse dos o tres veces, caminaba con la pistola en la mano, hasta que se mató. Todo quedó grabado. Este auxiliar vio el video y asevera que nadie sabe el motivo.

El teléfono suena. “Seguridad pública, buenas tardes”, contesta. Responde que no está, que salió, que va a volver más tarde, que no sabe cuándo. José de la Luz Rodríguez casi siempre anda afuera.

El auxiliar, cuyo rol es atender el teléfono, hacer reportes, acompañar y asistir al jefe, recuerda que la gente a veces les dice que no hacen nada. Explica que puede ser cierto pero también es cierto que a veces se les junta todo. Y que también hay que aprender a convivir con el aburrimiento porque se hacen largos los días, uno amanece y anochece, y amanece y anochece.

En Tepetongo hay mucha mosca y siempre anda con el matamoscas en la mano. Es la única arma que puede portar. Pide permiso y va al baño. La comisaría es entonces un poco más solitaria.

El pueblo

La calma de Tepetongo contrasta con el ritmo casi frenético de La Guadalupana, sitio de tortas (sándwiches). Las mesas están llenas, en la cola se escucha casi tanto inglés como español.

Las fiestas de la localidad fueron hacen poco y quienes residen en Estados Unidos aprovecharon y se quedaron un poco más, jóvenes cuya primera lengua no es la de sus padres.

Si por algo es conocido Tepetongo, es por sus tortas. Tanto que el mote del pueblo es “Tepetortas”. El gobernador de Zacatecas afirma que aquí los niños nacen con una torta abajo del brazo y que son las mejores del mundo.

José Cupertino González Muro también las prepara en su lonchería, El Gallito. Fue presidente municipal dos veces entre fines de los 80 y principios de los 90 y es el cronista oficial del municipio.

A José de la Luz, Rodríguez lo conoce desde que nació porque es pariente lejano y porque ahí todos se conocen . De chico a él y a sus hermanos les decían “rocolas” pues siempre andaban pidiendo dinero y había que darles las monedas.

Ahora parece que por hablar de más en una entrevista sobre su sueldo -aunque en realidad habló de menos y se quitó parte del salario- le dijeron que era mejor que no hablara con la prensa.

“La gente no vive con miedo, antes sí”, cuenta el exalcalde mientras arma una torta con lomo, aguacate y queso.

Ese antes dejó de serlo hace tres años cuando se empezó a calmar la situación. Los narcos pasaban por Tepetongo con sus armas dentro de sus vehículos, él los veía pasar, había robos, algún secuestro, pero ya no.

“Ahorita como están manejando la situación es suficiente. Cuando hay algo grave, viene la policía estatal o el ejército”, dice y recuerda que cuando fue alcalde por primera vez él también sólo tenía un agente para 18.000 habitantes.
A un par de cuadras Cristina prepara una piñata en su local de artículos para fiestas.

“Nos gustaría que hubiera más policías, pero en realidad acá la gente es tranquila y no hay mucho lío, entonces uno no vive con temor, los que vienen a hacer algo son de afuera o a veces cuando hay fiestas la gente se emborracha y hay lío, pero más que nada es eso”.

En la pulcra y cuidada plaza de Tepetongo -atrás está la iglesia, enfrente la comisaría y la alcaldía-, espera sobre un banco blanco bien pintado y con un papel en la mano Manuel, 78 años, agricultor de Buenavista.

“La cosa no está fácil, hay inseguridad, no me siento seguro, tengo temor de un asalto, de un secuestro, de dejar a mi mujer sola. Hay robo de ganado. Los agentes de seguridad son muy pocos, si fueran más se podrían repartir y patrullar más seguido, pero no es suficiente”.

Una vecina de una comunidad cercana atraviesa la plaza y se lamenta por la inseguridad pero no explica mucho ni da detalles.

“Los auxiliares son unos monigotes, no tienen preparación, están ahí porque no tienen otra cosa que hacer, no sirven para mucho, les compraron los uniformes, están ahí parados pero no hacen mucho más que lidiar con los borrachines y ese tipo de cosas, cuando son maleantes de verdad se esconden. José de la Luz, tan querido, es sobrino lejano de mi esposo”.

Dice y sigue camino.

En algún lugar del Tepetongo José de la Luz Rodríguez recorre en su patrulla. El policía solitario es suficiente para este tranquilo municipio.

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