LA BUENA NOTICIA
Sin mediocridad
Una falsa idea de la Misericordia —¡hay que decirlo a mediados del “Año de la Misericordia”!— es pensar que el Dios que llama a seguirlo en ese camino de bondad, ternura, compasión, solidaridad, etc. no sea, después de todo, un Dios exigente. La tendencia humana de siempre es hacerse “un Dios a la medida” al que se pueda invocar desde una conciencia incluso corrupta, delincuente y cínica, manteniendo la sensación muy emotiva de “ser justo y bueno” ante ese “dios-espejo” de los propios intereses.
La Buena Noticia de hoy toca el tema del “seguimiento radical”: el Jesús misericordioso que hasta ahora ha sanado a los enfermos, multiplicado los panes, consolado a los sufrientes, etc. se torna de pronto “insensible, exigente en extremo y hasta totalitario en sus demandas hacia sus discípulos”: como el caso de aquel al que pide seguirlo sin poder antes ir a enterrar a su padre. En el fondo, Jesús es sincero: no se puede ser cristiano y “servir a intereses propios materiales y afectivos” disfrazados de citas bíblicas, alabanzas e “iglesias-empresas” que logran al final juntar lo que Cristo siempre quiso separar cuando dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). En el fondo también el seguimiento es un imitar a fondo al Señor, tal como lo definía San Agustín de Hipona en su poner ante todo los intereses del Padre y los hermanos: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39).
La vocación a ser cristiano “sin mediocridad e intereses” se proclama hoy ante asambleas sin duda muy sorprendidas de que “Dios pida tanto” cuando el mundo más bien “ofrece tanto”. El Señor quiere evitar aquella “mediocridad” de la que decía Honoré de Balzac (1799-1850): “La mediocridad no se imita”. Él quiere que sus seguidores no confundan con la masa de quienes crean intereses materialistas y los disfrazan de religión, de acción civil, de entrega filantrópica, etc. pero son “del mundo” que los moldea a su antojo y engulle en la ya mencionada mediocridad, según Blas Pascal (1623-1662): “La mediocridad ha llegado a convertirse en lo más conveniente. Esto lo ha establecido la pluralidad, y muerde a cualquiera que se escapa de ella por alguna parte”.
En una aproximación siempre abierta a mejores interpretaciones, el “Cristo exigente” pide hoy: 1) Imitarlo en su “misericordia” y no pedir con intolerancia que “caiga fuego del cielo a los no creyentes”; 2) Seguirlo “aunque no tiene donde reposar la cabeza”, es decir, sin hacer de la Fe un “modus vivendi” de prosperidad y escandalosos lujos “religiosamente justificados”; 3) Dejar atrás “a los muertos”, es decir, todo afecto que constituya un rival del sencillo “Primero Dios” de nuestros abuelos: que no quite el privilegiar o “primerear” a Dios —según Papa Francisco— sobre todas las cosas; 4) No volver a ver atrás, como la mujer de Lot: o sea, no echarle en cara a Dios lo mucho que uno se sacrifica por “ser cristiano”. Que una práctica auténtica de la Misericordia este año escuche los clamores de una sociedad desilusionada de tanta corrupción. Y que incluya la radicalidad del ser cristiano “en tiempos de comodidad, mediocridad, y falsedad” religiosos, pues está escrito: “No tomarás en vano el nombre de tu Dios” (cfr. Ex 20,7).