De niño andaba en bicicleta en los senderos del Jardín Botánico con sus amigos: se guiaba por el sonido de las otras bicicletas y por las indicaciones de sus compañeros. Caerse y darse un porrazo nunca fue un problema para él.
Culasso, que nació en Montevideo hace 29 años, siempre ha sido invidente. Para lo único que sirven sus ojos es para indicarle si hay luz: si es de día o es de noche. Pero no distinguen formas, ni siquiera contornos, mucho menos los colores de las aves. Pero no necesita eso para distinguirlas.
Si se tiene en cuenta que cada especie de ave es capaz de producir varios cantos diferentes, tres y a veces más, Culasso tiene memorizados y puede distinguir unos tres mil sonidos diferentes de estos animales.
“Son pocos en realidad”, dice. Porque esa es una característica de este muchacho: siempre quiere ir a más.
Que su vista no funcione nunca fue una barrera. Los oídos han sido desde siempre sus ojos.
Así en el 2014 triunfó en el programa Súper Cerebros del canal NatGeo, gracias a su habilidad para identificar aves por el sonido de su canto.
En la prueba final debió identificar las voces de 15 aves distintas seleccionadas al azar de entre un grupo de 250.
Antes ya había tenido que identificar a otras diez especies. No falló ni una sola vez. Se llevó un premio de U$45 mil, buena parte de los cuales invirtió en comprar equipos de sonido.
Tal proeza fue posible gracias a su formación musical y a que tiene un don de la naturaleza llamado “oído absoluto”, una facultad que no es privativa de los invidentes, pero es extremadamente rara.
“Solo una de cada 10 mil personas tienen oído absoluto”, dice Culasso y recuerda que uno de los agraciados fue Mozart. Gracias a esa cualidad, Juan Pablo escucha notas musicales en cualquier ruido o sonido.
Puede decir que la frenada de un auto es un fa, por ejemplo. Lo descubrió tirando piedras en un río con su padre, y explicando qué nota producía cada piedra cuando impactaba en el agua.
Fascinante
Alicia Munyo, directora de la licenciatura en fonoaudiología de la Universidad de la República, explicó que el “oído absoluto” es una cualidad del cerebro y no del aparato auditivo.
“No es que estás personas oigan más, ellos oyen lo mismo que todos. Pero su cerebro tiene una gran capacidad para interpretar los sonidos y sus matices, mucho más que las personas normales”, comenta.
Culasso, que nació en Montevideo hace 29 años, siempre ha sido ciego.
Para lo único que sirven sus ojos es para indicarle si hay luz: si es de día o es de noche.
Tiene memorizados y puede distinguir unos tres mil sonidos diferentes de aves.
Después de aquel hallazgo, su padre comenzó a leerle una enciclopedia sobre aves, que venía acompañada de un casete con el sonido de sus cantos.
“Con aquella enciclopedia comencé a entender que podía memorizar aves por sus sonidos, pero solo tenía especies de Estados Unidos y Europa”, recuerda Culasso.
“Luego me regalaron una colección de casetes, Cantos de las aves de Argentina. La escuchaba en todo momento. Cuando escuchaba a un hornero, decía: está en el casete número 3, lado A, ave número 4”.
Su cacería de sonidos comenzó en el 2003 cuando, influido por el amor que se le había despertado por los pájaros y fiel a su espíritu aventurero, acompañó a un ornitólogo en una salida de campo.
El experto en aves, sin que lo esperara, le dio una grabadora y una orden: que grabara. “En ese momento sentí que era algo que había estado haciendo toda la vida sin saberlo. Me enamoré de esa tarea”.
Hoy la pasión de Juan Pablo es grabar, registrar y aprender todos los sonidos de la naturaleza.
Es una cualidad del cerebro y no del aparato auditivo. “No es que estás personas oigan más, ellos oyen lo mismo que todos. Pero su cerebro tiene una gran capacidad para interpretar los sonidos y sus matices, mucho más que las personas normales”, explica la experta Alicia Munyo.
De acuerdo al espíritu intrépido que su padre le inculcó para desafiar a la ceguera, su último reto cumplido por Culasso fue permanecer dos meses en la Antártida, donde viajó para grabar los sonidos de ese mundo helado: “Cada vez voy agregando más y más sonidos. En la Antártida grabé a las focas y los leones marinos y a un iceberg goteando”.
Con una grabadora profesional y un micrófono direccional envuelto en una especie de piel peluda que en realidad es un filtro que evita que el sonido del viento tape al resto de las voces de la naturaleza, Culasso acompañó a un equipo de la Associated Press a los bañados del río Santa Lucía, unos 20 kilómetros al oeste de Montevideo.
Caminar con él por allí con él es toda una experiencia. Antes que los ojos de los demás puedan verlos, Culasso va diciendo dónde hay pájaros. “Allí hay un garibaldino”, “por allá hay una ratonera”, nombra a dos aves de la fauna uruguaya e inmediatamente agrega sus nombres científicos.
Su habilidad para reconocer y grabar los más variados sonidos naturales le ha valido que lo contrataran para trabajar en la banda sonora de documentales, o para ambientar exposiciones.
“Mi pasión avanza, pero todavía lamentablemente todavía no tiene el retorno económico que yo querría. Por eso tengo un empleo, que consiste en vender tecnología para ciegos y dar capacitaciones para las empresas que las compran”.
Hoy Juan Pablo, que es soltero y no tiene hijos, está acostumbrándose otra vez a vivir en su Montevideo natal, luego de haber pasado 11 años en Brasil, donde llegó con su familia, porque allí trabajaba su padre.
En aquel país estudió bioacústica con el profesor francés Jacques Vielliard, en la Universidad de Campinas. “No fue un curso oficial, pero estuve dos años en su laboratorio aprendiendo todo lo que tiene que ver con la grabación de sonidos en la naturaleza”, recuerda.
Hoy Culasso extraña las grandes metrópolis brasileñas como Sao Paulo. “Montevideo tiene sonido de aldea”, dice.
Como siempre piensa en grande. Su sueño es un día poder trabajar en la Macaulay Library, de Nueva York. “Tiene la mayor zoonoteca del mundo, 200 mil sonidos en línea”, afirma.
Juan Pablo se enoja cuando alguien le niega una oportunidad por ser invidente, sin darle la posibilidad de demostrar que puede.
Pero de su condición de invidente, de sus ojos que solo le dicen si hay luz o no, de esos ojos que no le permiten ver los colores de los cientos de aves a las que reconoce por su canto, de todo eso no tiene quejas. Al contrario.
“Que mejor que un persona ciega para entender y darle significado a los sonidos”, dice.
“Cuántos ejemplos de músicos ciegos memorables tenemos, cuántos sonidistas, instrumentistas ciegos hay. Yo hago lo mismo, pero con la naturaleza”.