El Ramadán, uno de los cinco pilares del Islam, empezó en la mayoría de países sunitas, menos en Marruecos, donde se iniciará el martes, como en los países chiíes, como en Irán.
Este mes de ayuno es considerado como un esfuerzo espiritual y una lucha contra los placeres terrestres durante el día. Pero cuando el Sol se pone, empieza la fiesta con comidas colosales donde se reúnen familias enteras y amigos.
Este año, otra vez, Ahmad Aswad, de 35 años, no tendrá esta suerte en Alepo, una ciudad siria bombardeada todos los días.
“Aquí no hay nada que se parezca a la alegría. Éste es el quinto ramadán que paso durante la guerra”, se lamenta este padre de tres niños que vive en un barrio controlado por los rebeldes.
Sin niños ni familia
Además de los combates, son la falta de comida y los precios astronómicos los que impiden que se celebre el Ramadán como tal en las ciudades sirias asediadas, como en Madaya, donde una simple lechuga cuesta unos US$5.
“Hay muy pocos productos en los mercados y cuando los encuentras son tan caros que no se pueden comprar”, explica Mumina. Esta mujer, de unos 30 años, se limita a preparar las comidas con latas de conserva, “muy insípidas”, enviadas por la ONU.
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De todas formas, Munia no está para celebraciones. Tiene que pasar el ramadán “sin sus hijos y su familia”, que tuvieron que huir como tantos otros sirios.
En Daraya, otra ciudad siria asediada, “los disparos para celebrar el Ramadán nunca cesan”, dice sarcásticamente Shadi Matar, un militante, que cuenta que se tiene que ser muy valiente para salir a buscar comida.
Tampoco están para fiestas en la ciudad iraquí de Faluya, donde 50 mil personas se encuentran bloqueadas en el centro, por la que luchan las fuerzas iraquíes y los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) .
“Tienes que levantarte a las 5 horas y hacer cola para comprar un kilo de tomates por más de US$3)”, explica por teléfono Abu Mohamed al Dulaimi, un padre de seis niños.
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A dos mil kilómetros al sur, en Yemen, Abdalá Sarhan también lamenta que “por segundo año consecutivo, la guerra nos ha fastidiado el ramadán, que solíamos celebrar con alegría y tranquilidad”.
Este profesor de 42 años y su familia arriesgan su vida “en todo momento” con “los bombardeos casi diarios” que caen en Taez, una de las ciudades más afectadas por la guerra en Yemen.
Bares cerrados
El contraste es absoluto con los otros países del Golfo. En estos países, algunos de los cuales son los más ricos del mundo, hoteles y restaurantes compiten para proponer los más fastuosos “iftars”, la comida nocturna para romper el ayuno.
En Riad, Dubái o Abu Dabi, el Ramadán es el mes del consumo y del exceso, a pesar de algunas medidas de austeridad impuestas por la caída de los precios del petróleo en estos últimos meses.
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Así, el lujoso hotel Burj al Arab de Dubái propone “un surtido de manjares tradicionales deliciosos” para el “iftar” a unos US$110 por persona.
El Ramadán también desata fervor en Indonesia, el mayor país musulmán del mundo.
En la mayoría del país practican un islam moderado pero en algunas regiones, varios grupos conservadores intentan imponer reglas estrictas durante este mes sagrado, como el cierre de bares y de lugares de ocio.
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“Respetad el carácter sagrado del Ramadán. No nos oponemos al ocio, pero a veces tienden a la inmoralidad”, declaró Jafar Shodiq, responsable del Frente de Defensores del Islam.
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En Túnez, donde ninguna ley prohíbe comer o beber en público durante el Ramadán, el debate sobre la tolerancia también está presente. El Colectivo para las libertades individuales, en el que participan varias oenegés, pidió a las autoridades que “garanticen las libertades durante el Ramadán” y no cierren ni restaurantes ni cafés.
En China, en la región de Xinjiang, donde viven 10 millones de uigures, musulmanes de habla turca, el Partido Comunista en el poder ha impuesto restricciones para celebrar este mes de ayuno.