EDITORIAL

Parteaguas en la historia nacional

Los extraordinarios efectos de las denuncias presentadas ayer por la jefa del Ministerio Público, Thelma Aldana, y por el doctor Iván Velásquez, quien encabeza la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), si bien causaron una conmoción nacional como pocas en la historia del país, conforme pase el tiempo adquirirán la importancia que merecen. En apenas tres horas de declaraciones, ambos funcionarios marcaron un parteaguas que cambiará para siempre mucha de la realidad del país.

Lo más destacado fue la denuncia de las componendas entre los canales controlados por el ciudadano mexicano Ángel González, desde hace décadas, con los políticos guatemaltecos, representados en este caso por Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, cabecillas de la banda de maleantes que organizaron el llamado Partido Patriota, llegado al poder gracias a los aportes en efectivo de ese monopolio televisivo cuyos tentáculos también han afectado la economía nacional a causa de las manipulaciones puramente comerciales.

Era un secreto a voces desde hace años, admitido por todos, con el silencio cómplice de muchos sectores. Lo ocurrido ayer afianza el convencimiento de que las investigaciones van en serio, y que las 25 capturas realizadas, las siete órdenes de captura internacionales y los 46 allanamientos a partir de las 6 de la mañana confirmaron que los jueves son días que los corruptos de cualquier calaña deben esperar con preocupación, ante la certeza de que la justicia los alcanzará pronto.

Los términos durísimos que utilizaron los declarantes son también una comprobación de la profunda vergüenza que debemos sentir los guatemaltecos porque en forma indirecta contribuimos por omisión a que todas las instituciones del Estado, especialmente, se convirtieran lo que han llegado a ser ahora: nido de personajes de calañas indescriptibles. Debe ser una sensación ambivalente: por un lado, el dolor porque todo esto haya sido logrado gracias a la colaboración, pero sobre todo al hastío, de la comunidad internacional. No en balde el doctor Velásquez comentó que le asombra el nivel de podredumbre que aparece por todos lados.

Por aparte, se abre la esperanza de que comience en realidad una nueva etapa. La presión ciudadana, ejemplificada en las manifestaciones del año pasado, debe continuar para que terminen los abusos y los contubernios que también ocurren en el Congreso que, de no cambiar, resulta absurdo pensar siquiera que a esa actual colección de tránsfugas o precoces ambiciosos se les permita la oportunidad de decidir la aprobación de cambios constitucionales sugeridos por personas de muy buena fe pero con una buena dosis de inocencia, inaceptable en política.

Estas son algunas de las razones por las que ayer constituyó un parteaguas de la historia nacional. La Cicig actual demuestra cómo debió haber sido siempre y por qué se justifican plenamente las críticas a los dos anteriores comisionados. La esperanza se profundiza, porque es claro que las investigaciones continuarán por un buen tiempo. Es increíble que a poco más de un año del desborde popular contra la corrupción, los resultados son notorios y de indudable beneficio para un país que inicia su recuperación a una mínima normalidad.

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