En el epitafio, con errores, se lee: “Julián Lara Torres *18-8-1927 Por favor no me hablen voy de prisa alcansar a los que me dejaron y esperar a los que quedan Que en paz descanse”.
Aún con vida, Lara dijo que decidió colocar su propia lápida porque temía que sus familiares olvidaran hacerlo luego de que muriera.
Cada Día de los Santos, decenas de personas que conocían a Lara observaban con extrañeza la lápida, que solo incluye la fecha de nacimiento del propietario.
Lara tenía 88 años, casado y padre de nueve hijos. También laboró mucho tiempo en los Ferrocarriles de Guatemala; además trabajó como albañil, barbero, enfermero, cocinero y operador de limpieza.
Cuando decidió poner su lápida, su familia se molestó diciéndole que si no estaba loco, pero él les respondía que todos sabían que estaba mal de salud.
Sus amigos, de igual manera, le hacían bromas por su actitud, pero él completamente lúcido les respondía con bromas. Lara siempre se caracterizó por su buen humor y recordar variadas anécdotas.
En vida, aseguró que compraría anticipadamente un ataúd no rectangular, sino en forma de cebolla, pepino o mojarra, lo cual todos lo tomaron como una broma.
Falleció recientemente en la capital y fue inhumado en el cementerio de El Tejar.
Otro caso curioso
Entre dudas y resignación de familiares y vecinos, el 10 de febrero último fue inhumada, en Retalhuleu, Romelia Estefanía Molina Luis, de 1 año y 4 meses, cuyo sepelio había sido postergado porque parientes aseguraban que tenía signos vitales, a pesar de que médicos la declararon muerta.
Reina Leticia Luis, madre de la menor, explicó en esa ocasión que su hija padeció de vómitos, fiebre y diarrea, por lo que fue atendida en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), en Retalhuleu.
Añadió que personal médico no logró canalizar el brazo de la menor, por lo que lo hicieron a través del cuello. Recuerda que el estado de salud de la menor empeoró y que falleció cuando era trasladada hacia un hospital de Mazatenango, Suchitepéquez.