PLUMA INVITADA

La anarquía del sonido

Eduardo Estrada Revolorio

|

Decibel o decibelio es la unidad de medida para expresar la intensidad del sonido, y el aparato para medirla se denomina decibelímetro o sonómetro.

Por ser este un problema de alto impacto para la sociedad, desde 1999 la Organización Mundial de la Salud emitió un documento llamado “Guías para el ruido urbano”, en el cual expresa que el ruido siempre ha sido un problema ambiental importante para el ser humano, que afecta principalmente a los ancianos, quienes, por el paso inexorable de los años, van reduciendo su capacidad auditiva, y a los niños, que están aprendiendo a hablar y a leer.

Asimismo, la entidad indica que el oído humano puede tolerar 55 decibeles sin que le cause ningún daño a la salud, y dependiendo del tiempo de exposición, ruidos mayores a los 60 decibles pueden provocarnos malestares físicos como dolor de cabeza, taquicardia, agitación en la respiración y parpadeos acelerados; pero si una persona se expone durante mucho tiempo a más de 85 decibeles, puede, incluso, correr riesgos cardiovasculares, y a 120 decibeles alcanza el umbral del dolor.

Para regular el sonido se emitió el acuerdo gubernativo número 10-73, Reglamento para el uso de aparatos reproductores de la voz y del sonido, y su ampliación, acuerdo número 144-99, cuya obligación recayó, en un principio, en las gobernaciones departamentales, y actualmente la responsabilidad es compartida entre las municipalidades y el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales.

A pesar de la reglamentación aludida, desde hace muchísimos años, en toda Guatemala, ha habido una proliferación de aparatos reproductores de sonido de alto alcance, los cuales se instalan en cualquier lugar, a cualquier hora y por cualquier motivo, sin que autoridad alguna intervenga para frenar este abuso.

Además, esta dañina práctica se ha extendido a centros comerciales con ambientes cerrados, donde comensales y visitantes no pueden disfrutar de un momento agradable y tienen que soportar los estruendosos ruidos que emiten esos aparatos, sin que la administración de tales lugares controle el exagerado bullicio.

Tristemente, y para como de males, ahora incluso las iglesias evangélicas coadyuvan con dañar la salud auditiva de sus feligreses y del vecindario cercano, con el estruendo incesante de sus aparatos, con lo cual, lejos de ser un lugar de reverencia dedicado al culto a Dios, se asemejan más a un concierto de rock.

Este descontrol es un ejemplo de anarquía, que se deriva del griego “anarchía, anarchos”, cuyo prefijo “an” significa “no” o “sin”, y el sustantivo “archos” significa “dirigente, soberano o gobierno”. En esa virtud, podemos colegir que anarquía es toda actividad que se realiza sin control alguno ni de la ley ni del Gobierno; es decir, hacer las cosas a mi manera, sin importar que afecte el derecho ajeno.

En relación con el proceder arbitrario de los seres humanos, en Colosenses 2:7, la Biblia dice: “Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad”, término que, además de anarquía, significa cualidad de inicuo, perversidad, abuso o gran injusticia; es decir, todo acto contrario a la moral, la justicia y la religión.

Ojalá que las autoridades, aunque no figure en sus planes municipales, tomen conciencia de que los estridentes ruidos causan serios daños a la salud auditiva de la población, y en ese sentido se propongan, con base en la legislación vigente, frenar esta dañina práctica.

* Abogado y notario

ESCRITO POR: