HORRORES IDIOMÁTICOS
Al pan, pan…
Berta, mi amiga, que siempre anda “metiendo las patas”, perdón, “los pies”, y Titivillus, el diablillo medieval con el que colaboro para que se lleve a ese feo lugar caliente llamado infierno, Averno, Báratro, Tártaro, etc. a quienes hablan y escriben con errores, bebían hace unos días sendas copas de vino en mi casa y, como siempre, empezaron a discutir. El tema era candente: se trataba de la “corrección política”.
Todo comenzó cuando en son de burla, Titivillus comentó que en estas fechas en que se conmemora un aniversario más de la muerte del genial Cervantes es un milagro que los “políticamente correctos” le sigan diciendo “el manco de Lepanto” en lugar de “el discapacitado de Lepanto”. Berta le respondió: “A mí me parecería muy bien que le dijeran ‘discapacitado’, es menos ofensivo y además no había quedado sin el brazo ni la mano”. Pensé, pero me guardé de decirlo para no desatar la ira de mi sulfuroso amigo, que Berta tenía razón: el gran escritor había quedado con el brazo inutilizable, pero no lo había perdido. Titivillus adivinó mi pensamiento y me aclaró que según el Diccionario de la Lengua Española, DLE, el término se aplica también a quienes han perdido su uso, sin ser amputados o tener ese problema congénito.
—¿Qué piensas, Titivillus, de la corrección política llevada al extremo que tanto combate la RAE de decir “todos y todas, niños y niñas, ciudadanas y ciudadanos”, etc.?— le pregunté. La respuesta del diablillo no fue para repetirla aquí, porque pasaría de incorrección a grosería, pero en síntesis me dijo que se trataba de velar las cosas por parte de los políticos, o de “taparle el ojo al macho”, ya que el machismo no desaparecerá con mencionar a los dos sexos, que no géneros, pues estos son los gramaticales. Y a ese propósito, en los primeros DPI expedidos se lee género en lugar de sexo, e igual sucede en muchos formularios para solicitar (no para aplicar a) trabajos, informaciones, etc.
Berta seguía alegando que estaba bien suavizar las cosas y Titivillus le respondía que al pan, pan y al vino, vino y a las cosas por su nombre. —Solo falta— exclamó— que de Beethoven, que se quedó más sordo que una tapia, y aún así siguió componiendo su magnífica música, hubieran dicho “el privado de audición” y que a grandes genios de la literatura universal como Homero, John Milton, James Joyce y Borges los llamaran “no videntes” o “invidentes” en lugar de ciegos.
Tercié de nuevo en la discusión y les recordé que la palabra “preso” ha desaparecido del uso y que ahora todas las personas que están en las cárceles “se encuentran privadas de libertad”. Olvidan quienes tal cosa dicen que “privados de libertad” también están, entre otros, los prisioneros de guerra, los locos en los manicomios y los niños que no pueden salir a jugar ni a parques ni a calles, porque corren peligro de que los maten, los secuestren o los violen.
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