En la capital, esta figura fue instaurada en 1992, cuando la Municipalidad decidió nombrar a Miguel Álvarez en este cargo vitalicio y Ad honorem. “Es una gran responsabilidad”, cita el historiador con cierta solemnidad, y por supuesto que lo es.
Como miembro del Consejo Consultivo del Centro Histórico, él corresponde asesorar al alcalde en materia de conservación. Sobre sus hombros recae la misión de arrebatar al olvido las historias que forjaron el presente. El encargo no es pequeño, sobre todo cuando se repasa la gran tradición de cronistas oficiales y no oficiales que capturaron con sus plumas la vida del país.
Estampas coloniales
A mediados del siglo XV, Europa descubría maravillada las riquezas de un Nuevo Mundo, mítico, real y desconocido. Vastas extensiones de terreno quedaron subyugadas bajo la Corona española que, en su corte itinerante por tierras castellanas, deseaba saber más sobre la naturaleza de sus conquistas.
Así surgieron los cronistas de Indias, integrados por dos grupos de hombres: por un lado, los soldados, religiosos y aventureros que habiendo estado en América narraron la experiencia de sus vivencias; Por otro, los funcionarios que en sus despachos, sin haber pisado nunca el continente, se encargaron de recopilar y organizar la información que llegaba desde las lejanas “Indias”.
El primero de aquellos cronistas fue Bernal Díaz del Castillo, quien había llegado sin fortuna a Panamá hacia 1514 y se acabaría uniendo a Hernán Cortés en su enfrentamiento contra el imperio azteca. Años más tarde, ya afincado en Guatemala, decidió dejar constancia de “lo que yo vi y me hallé en ello peleando”. El resultado fue la Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España (1575), un conjunto de épicas descripciones que encontraron su contrapunto en la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas.
Durante el periodo colonial hubo otros cronistas, como los frailes Francisco Vásquez, Francisco Ximénez o Antonio de Remesal con su Historia general de las Indias Occidentales y particular de la gobernación de Chiapa y Guatemala (1619). Aunque sin duda cabe destacar a Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, al que se considera el primer historiador criollo guatemalteco.
Nacido en Santiago de los Caballeros en 1643, Fuentes y Guzmán trató varias veces de ser nombrado por el rey cronista oficial de la ciudad y méritos no le faltaron. Su Recordación Florida o Historia del Reyno de Goathemala (1690) sigue siendo una obra de referencia para conocer las culturas prehispánicas. De acuerdo con este primer comentarista local: “Reconocí muchas cosas maravillosas, escondidas y retiradas a la noticia de los hombres, que fui recogiendo curiosamente en apuntamientos de mi secreto”.
El último historiador oficial de la colonia fue el bachiller Domingo Juarros, a quien le tocó inmortalizar el traslado de la capital al Valle de la Ermita.
Tras la independencia, el cargo desapareció, pero figuras como José Milla y Vidaurre —considerado el padre de nuestra novela— recrearon en sus obras cuadros de costumbres que reflejaron fielmente la cotidianidad. A él, precisamente, se debe el término chapín, ya que en su obra Un viaje al otro mundo pasando por otras partes aparece Juan Chapín, célebre personaje que representa al guatemalteco medio.
Mucho tiempo más tarde, Pedro Pérez Valenzuela se convirtió en el primer cronista oficial contemporáneo. Tras su muerte en 1975, el cargo quedó vacante durante 17 años, justo hasta que nombraron a Álvarez pero, lejos de terminar aquí, la historia se sigue escribiendo…