Esto pasa cuando se es rico o pobre. Cada quien tiene esperanzas proyectadas en el futuro; vive el hoy gracias al mañana. Sin embargo, el presente, que es lo único que existe e importa, se deja de lado.
Mientras eso suceda, es imposible entrar en el camino del yoga, que “es la ciencia del aquí y el ahora”, escribe el guía espiritual hindú Osho en su libro Yoga, la ciencia del alma, volumen I. “Significa estar dispuesto a no desplazarse al futuro; a dejar de tener esperanzas, a no saltar por delante del propio ser. El yoga es encarar la realidad”.
Esa es la esencia de esta disciplina, surgida en India hace tres mil o seis mil años —las fuentes difieren en ello—. Pero el mundo occidental moderno la ha transformado totalmente, pues se le ve como una técnica para combatir el estrés, sedentarismo o, incluso, para bajar de peso. Algunos lo toman como algo que hace que la gente pueda estar sobre sus cabezas y hacer toda clase de contorsiones.
“El yoga es unión; es meditación”, prosigue Osho.
Movimiento creciente
El yoga empezó su viaje fuera de las fronteras indias a finales del siglo XIX, específicamente en 1893, cuando el monje Swami Vivekananda se dirigió al Parlamento Mundial de las Religiones, en Chicago. Fue hasta 1959 que Maharishi Mahesh Yogi lo puso de moda al emprender una gira mundial. Sus pasos fueron seguidos por Iyengar, Pattabhi Jois, Swami Vishnudevananda o Sri Sri Ravi Shankar, por mencionar a algunos.
Así empezó su transformación occidental. Hoy existen numerosos centros para su práctica, la mayoría especializados en su modalidad hatha, que es el postural o físico.
De acuerdo a un estudio de Aomm, una web especializada, el yoga mueve en el mundo la estratosférica cifra de US$30 mil millones anuales. Eso se refleja en una gran cantidad de gimnasios que lo promocionan, en los libros que se venden e incluso en la enorme cantidad de tutoriales multimedia disponibles en línea, algunos de paga y otros gratuitos.
Lo curioso es que muchos lo comercializan como una técnica que conducirá a sus seguidores a la belleza y la salud.
“El yoga es más que eso; es autodesarrollo, equilibrio y bienestar”, refiere la instructora Pilar Fonseca, del Centro Cultural Vrinda, de la zona 1 capitalina.
Héctor Bolaños, instructor de Ananda Yoga Estudio, de la zona 10, y quien ha practicado esta técnica desde hace ocho años, coincide: “Es la unión de la mente y el cuerpo”.
De esta disciplina hay diferentes estilos, como ashtanga, iyengar, kundalini, anusara y bikram, entre otros, pero el hatha es el más tradicional.
Los beneficios son diversos. Los especialistas aseguran que con su práctica se genera paz mental y emocional. “Al conectarnos con nuestro interior obtenemos tranquilidad, claridad, concentración y, por ende, hay menos estrés y ansiedad”, comenta Fonseca. “Hay más felicidad”, añade Bolaños.
En cuanto a lo físico, se puede lograr más flexibilidad, fuerza y equilibrio, además de tener una mejor salud en general.
“La parte fisiológica del yoga —dice Osho— brinda grandes poderes; puede hacer que uno viva largo tiempo de forma saludable”. Pero, a continuación, profundiza duramente: “¿Pero qué vas a hacer con una vida larga? Si eres un idiota, en vez de serlo por 70 años, ahora lo serás por 200. Esto no ayuda a nadie; al contrario, se convierte en una calamidad”.
Precisamente esas enseñanzas son las que han olvidado las escuelas de yoga occidentales, o al menos la gran mayoría. “El enfoque en esta parte del mundo es lo físico”, admite Bolaños, lo cual se debe, posiblemente, a la rapidez con que se vive en la actualidad.
De esa cuenta, lo que más se valora acá es la práctica de asanas (posturas), por lo que la introspección pasa a un segundo plano. Incluso se reproduce el espíritu competitivo, que es usual en la vida diaria, en el que prima hacer la mejor postura o la más complicada.
De hecho, los principiantes suponen mentalmente que los resultados los van a obtener de la noche a la mañana. “El yoga es un estilo de vida, no es una dieta que va a hacer que alguien baje de peso en 21 días”, comenta el especialista. “Vivimos con ansiedad y todo se quiere para ya; eso debe desaparecer con este método de ejercitación física y mental”.
Por eso, Osho insistía en la meditación. “Al momento en que alguien lo pone en práctica, le llega una gran liberación. De pronto, las tensiones desaparecen: ansiedades y angustias no están más”, escribe. “Eso es el yoga”.
La práctica
En los salones de clases impera el silencio. Los participantes, la mayor parte mujeres, empiezan con una rutina de relajación. Algunos instructores optan por poner música con sonidos de la naturaleza. Todo es tranquilidad. En esta primera fase, lo más importante es concentrarse en la respiración. Esta, incluso, es la base del yoga: sentir cómo entra el aire por la nariz y cómo llega hasta los pulmones; de ahí hasta expulsarlo.
Todos están sentados sobre el piso o sobre una esterilla, en posición de flor de loto —con la espalda erguida y con los pies cruzados sobre los muslos—. Al mismo tiempo, ejecutan el gyan mudra, una posición de manos en la que se unen el pulgar y el índice. El primero representa el macrocosmos; al tocarse con el índice, es como unirse al infinito.
Algunos repiten el mantra om, que significa la unidad con lo supremo; es el sonido del que emergen todos los demás.
En la clase hay gente que, además del yoga, practica crossfit, corre, hace triatlón o va a un gimnasio convencional. En realidad, el yoga es aconsejable para todos, hombres y mujeres, embarazadas —hay técnicas especiales—, niños, personas de la tercera edad o con capacidades diferentes. Cada quien va a su ritmo. Bolaños insiste en que esto no es una competencia por ver quién lo hace mejor o quién ejecuta las posiciones más complejas.
Luego se ejecutan las demás asanas. Entre los ejercicios más conocidos son los llamados surya namaskar, que en sánscrito quiere decir “saludo al sol”. Es una secuencia que, por lo regular, se efectúa por la mañana.
La intensidad sube cada vez más. Sale sudor. Los principiantes se dan cuenta de que no es algo fácil. Se percatan también de su falta de flexibilidad y fortaleza, pese a que algunos ejercicios parecen fáciles.
La no-mente
Al avanzar, surge la consciencia de que este método trasciende lo físico y de que hay que continuar con lo mental, con la introspección, de enfrentarse con uno mismo y con la verdad. Ahí es cuando se descubre el dharana, un estado de recogimiento que significa “sujetar la mente”; es decir, ser capaz de centrar la mente a voluntad y mantenerla así durante determinado lapso sobre un objeto. “Es estar como un gato, en observación flotante, concentrado y sin pensar”, refiere el psicoterapeuta De La Horra.
La clave para conseguirlo pasa por no forzar los pensamientos, ya que si se le intenta calmar a la fuerza, la mente se resistirá y hará exactamente lo opuesto: saltar de un pensamiento a otro.
Cierta vez, el monje hindú Bodhidharma, fundador del budismo zen y autor de las primeras formas del kung fu, llegó a China y el emperador llegó a verlo. El gobernante le preguntó: “Mi mente está inquieta, alterada. Tú eres sabio. Dime qué hacer para tranquilizar mi mente”. Bodhidharma le respondió: “No hagas nada”.
El sabio Patanjali, uno de los grandes maestros del yoga, se refirió justo a este caso: “El yoga es la cesación de la mente”. Así que, como decía Osho, si alguien practica muchas posturas a la vez que tiene funcionando su mente, no estará practicando yoga, porque esta técnica requiere de un estado de no-mente. “Si puedes estar sin la mente, sin adoptar ninguna asana, te habrás convertido en un perfecto yogui (practicante de yoga)”, escribió.
Nietzsche lo dijo también: El ser humano no puede vivir con la verdad. Por eso crea ilusiones, maquina muchas cosas en su cerebro. Produce esperanzas en el mañana, porque no puede afrontar su realidad. El yoga, como dicen los sabios, es precisamente lo contrario: es la ciencia del aquí y el ahora; es hallar el estado de no-mente.