MIRADOR
Cuotas, personas y otros
La discusión de ciertas normas en el Congreso sirve los propósitos de grupos que desean introducir el concepto —colectivista y hembrista que no racional— de las cuotas, tanto de género como de etnia. No se aclara —lo que complica la interpretación— si únicamente hay dos géneros o qué hacer con los “otros” indígenas —no mayas— como son xincas, los garífunas o los afro-jamaiquinos, olvidados de esas prebendas porcentuales.
Quienes justifican las cuotas contra el “imperante machismo” o el “tradicional racismo” utilizan, conscientemente o sin darse cuenta, idénticos argumentos que los que confrontan. Pretenden utilizar la fuerza legal para imponer un cupo que limite “la coacción dominante de la tradición cultura del otro”. Si no lo ha notado, el tema de cuotas indígenas excluye especialmente a colectivos tradicionalmente invisibles y ninguneados con absoluta prepotencia, como los antes citados. La propuesta en realidad es un intento de dominio de grupos de presión bajo liderazgo feminazista o indigenista-maya. Nada nuevo en el debate sobre el poder.
La discusión ignora interesadamente al ser humano, a la persona, y se desplaza hacia lo grupal, lo colectivo. No se quiere abordar el tema desde la capacidad individual de afrontar los retos y se prefiere llevar el debate al terreno de la indefinición, bajo conceptos más sutiles y difusos como género o etnia, donde todo cabe, pero también en los que todo queda diluido. De esa cuenta, a usted mujer, homosexual, maya, joven o viejo —o una eternidad de divisiones— le reservarán un trabajo en la administración pública que quizá le sería negado por baja cualificación. Una manera privilegiada para ocupar un puesto fuera de un sistema de méritos.
Si se apuesta realmente por mejorar la calidad del funcionario público, hay que promover a quienes tengan mejores condiciones para realizar el trabajo. No importa que sea mujer, hombre, pertenezca a la diversidad sexual, a determinado grupo étnico o esté físicamente limitado, mientras reúna las condiciones exigidas. Hay que dejar de mirar si lleva falda, pantalones, traje típico, va en silla de ruedas o tiene la piel de un determinado color. Quienes promueven las cuotas, aunque digan lo contrario, son tan racistas, excluyentes y “machistas” (hembristas) como aquellos que enfrentan, por ignorar la existencia de seres humanos iguales en derechos, sin distinción de factores biológicos y casuales que los diferencien. Manipuladores que quieren poder vía cupos reservados, a sabiendas de que no lo alcanzarán por el camino de la competencia.
La estrategia es fraccionar a la sociedad en pequeños bandos para que compitan entre ellos, en lugar de buscar el elemento común que une a todos: el de ser personas iguales. Cuando le pregunten: ¿por qué está usted ahí? siéntase orgulloso de detallar su currículum y no limitarse a decir: por ser mujer, indígena, negro… ¿Fue Valérie Julliand —promotora de esto— seleccionada en la ONU por ser mujer o por su capacidad? ¿Y los diputados Montenegro o Pop?
Las cuotas se contraponen a la igualdad y a la justicia. Obedecen el interés de abordar una discusión, con soberbia intelectual, desde una visión colectivista y excluyente. Además, en este proceso se olvidaron de la constitución que tanto mencionan, especialmente del artículo 113: “…, no se atenderá más que a razones fundadas en méritos de capacidad, idoneidad y honradez”. El resto, artimañas basadas en el interés individual que también la Constitución coloca detrás del colectivo.
¿Más claro? ¡Ahora a esperar pacientemente la acusación de machista!
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