PERSISTENCIA

Einstein a Freud: ¿Por qué la guerra?

Margarita Carrera

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Así, el 30 de julio de 1932, Albert Einstein le dirige una carta a Freud —por considerarle el científico mejor dotado en el conocimiento de la psiquis humana—, solicitándole le informe y explique si “…existe un medio para liberar a los hombres de la amenaza de la guerra”.

Esto es Einstein para enfocar este tema tan delicado, no se dirige a un político ni a un sociólogo o economista de su época. Reconoce que la raíz de la violencia y de la hostilidad, la raíz de la guerra, está mucho más allá de la simple política, sociología o ciencias económicas. Entre otros puntos, Einstein le menciona a Freud “el apetito político del poder” y cómo el gobierno de los pueblos se compone de una minoría de “individuos para quienes la guerra, la fabricación y el tráfico de armas no representan otra cosa que una ocasión para disponer de recursos y ventajas particulares para ampliar el campo de su poder personal…”.

Luego le pregunta a Freud: “¿Cómo puede esta minoría someter a sus apetitos a la gran masa del pueblo, la que no extrae de ella más que sufrimiento y empobrecimiento?”. El hombre continúa: “Tiene en él una necesidad de odio y destrucción”, lo que puede “degenerar en psicosis colectiva”; ahora bien, insiste: “¿Existe una posibilidad de dirigir el desarrollo psíquico del hombre en forma que esté mejor armado contra la psicosis de ira y destrucción?”

Einstein le aclara que esta psicosis no se refiere tanto a las mentes incultas, sino más bien es la “soi-disane ‘inteligencia’, la que resulta ser la presa más fácil de funestas sugestiones colectivas…”.

Total, Einstein le solicita a Freud la receta extraordinaria para conseguir “…el establecimiento de la paz en el mundo…”.

Freud tarda más de un mes en responder la carta de Einstein. Lo hace en septiembre de 1932.

Primeramente reconoce que Einstein ha dicho —sobre el tema de la guerra y de la destrucción— “lo esencial”. Pero no da ninguna respuesta categórica para problema tan profundo, simplemente señala algunos puntos fundamentales. El más importante es, quizá, la unión que existe en la psiquis humana, del instinto de conservación (amor) y del instinto de destrucción (odio): “Admitimos que los instintos del hombre se reducen exclusivamente a dos categorías: aquellos que quieren conservar y unir los llamamos eróticos —exactamente en el sentido de Eros en el Symposion de Platón—, o sexuales, al darle explícitamente a este término la extensión del concepto popular de sexualidad; y aquellos que quieren destruir y matar, los englobamos bajo el término de pulsión agresiva o pulsión de destrucción.

Con todo hay esperanza: “…no se trata de suprimir la inclinación humana a la agresión, se puede esforzarse canalizarla, de tal manera que no halle su modo de expresión en la guerra”. Para ello sería necesario “…formar una categoría superior de pensadores independientes, de hombres inaccesibles a la intimidación y entregados a la búsqueda de lo verdadero, que asumirían la dirección de las masas desprovistas de iniciativa. El estado ideal residiría naturalmente en una comunidad de hombre que haya sometido su vida instintiva a la dictadura de la razón…”. Con esta postura, ¿no retoma Freud la teoría platónica de que el Estado debe ser gobernado por los sabios, por los filósofos? Se da cuenta y lo confiesa, que esta es “una esperanza utópica y nada más”.

Y para terminar, señala concretamente lo que él considera el origen de las guerras. En pocas palabras, es la sexualidad reprimida por la civilización. Ello y el instinto de conservación que lleva al hombre a la violencia para resolver los conflictos de interés vitales serían, según Freud, los orígenes primordiales de la guerra.

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