Aunque resulte difícil de creer, él no cuida el dinero de un banco, solo es el piloto de un bus urbano que de Peronia, Villa Nueva, se dirige a El Trébol, zona 11.
Los constantes ataques armados que han sufrido los conductores de buses urbanos y extraurbanos convierten el trabajo de piloto en uno de los más peligrosos del país, además del riesgo que corren los ayudantes.
La necesidad y el hecho de que esa sea la única forma en que durante 25 años se ha ganado la vida han hecho que este trabajador deje de lado el miedo a morir y mantenga la esperanza todos los días de regresar a casa y ver a su familia.
Pero él tiene una ventaja sobre sus compañeros de labores, pues mientras conduce, su vida es protegida por una cabina blindada, especialmente diseñada para evitar que las balas disparadas por un sicario le puedan causar la muerte.
Cada madrugada se levanta y toma las llaves de su autobús, se despide de sus tres hijos y su esposa, llega al predio de autobuses y entra en su unidad.
Lo primero que ve es la caja de acero negra que tiene una pequeña puerta que se abre con una llave especial. Al cerrar, el ruido se reduce y se siente a salvo. Los pasajeros lo ven a través de dos pequeñas ventanas de vidrio reforzado en el que las balas no penetran.
La cabina está acondicionada para que no sufra de calor y tenga la visibilidad necesaria para maniobrar, ver los espejos retrovisores y accionar las velocidades para impulsar el automotor.
Su primer trabajo
El conductor comenzó a trabajar de ayudante de bus a los 14 años. “Al salir de estudiar me iba a trabajar”, narra. Hoy tiene 39 años de edad y es piloto de una de las dos unidades que tienen instalada una cabina de seguridad, aunque la empresa para la cual labora integra 80 autobuses.
La idea surgió porque el propietario de la línea se dio cuenta de que los ataque a pilotos eran constantes y letales. “Se preocupó por nosotros y decidió colocar las cabinas”, explica el conductor.
La inversión fue de unos Q30 mil, ya que cada pared tiene tres planchas de acero y cuenta con dos vidrios resistentes —uno del lado de la puerta y el otro de frente—.
“Toda mi vida he trabajado aquí. Uno se pone muy nervioso en esto”, refiere el piloto. Él cree que ir encerrado es mucho mejor que estar expuesto y ver a todos lados esperando no ser atacado. “Vemos los retrovisores, esperando que no aparezca una moto y disparen. He visto muchos compañeros atacados; algunos muertos”, relata.
Él nunca ha sido víctima de la violencia mientras maneja su camioneta, pero aún así se ponía nervioso al conducir. En algún momento tuvo seguridad privada y algunas veces lo custodiaron agentes de la Policía Nacional Civil.
No es solución
El piloto conduce su camioneta poco más de 20 kilómetros hasta la ciudad y reconoce que estar dentro de una cabina “no es la solución”, porque sabe que no debería sufrir amenazas.
“Las leyes del país no están bien y no defienden a los que trabajamos honradamente. Hay que hacer cambios en la seguridad”, opina.
Este conductor conoce los lugares más peligrosos y los horarios en que podrían atentar contra su vida. Reconoce que quienes amenazan y exigen pagos al transporte para el que trabaja son grupos de áreas lejanas a Peronia, pues en ese lugar puede estar tranquilo.
“Quien nunca ha sufrido un ataque o no ha visto cómo es no puede saber lo peligroso que es. El patrón no lo ha vivido, pero sí sabe cómo es”, destaca.