A mediados de junio del 2015 la cuestión migratoria, como siempre, era una nube que flotaba en forma general sobre la entonces incipiente campaña electoral, como un eco del fracaso del Congreso en aprobar una reforma y la firma de decretos presidenciales de alivio migratorio en diciembre del 2014.
De repente, con una frase explosiva al lanzar su candidatura presidencial, el excéntrico Donald Trump se encargó de poner la cuestión en el centro mismo de la campaña, cuando afirmó que la mayoría de los inmigrantes mexicanos estaba formada por “violadores” , aunque tuvo el cuidado de añadir que “algunos, yo asumo, son buena gente” .
La virulencia de Trump, detestada por la mayoría pero aplaudida por parte del campo conservador estadounidense, literalmente obligó de inmediato a todos los otros aspirantes a asumir una posición clara sobre la cuestión.
Marcar posición
Entre los tres aspirantes presidenciales Demócratas (Hillary Clinton, Bernie Sanders y Martin OMalley) el apoyo a una amplia reforma migratoria que brinde una vía de regularización a los millones de inmigrantes en el país es unánime, aunque con leves matices.
Más próxima a Obama, Clinton es más cuidadosa en la crítica a las recientes redadas migratorias, aunque Sanders y OMalley se han mostrado hasta ahora más enfáticos en condenar esas medidas o pedir un Estatus Temporario de Refugio para los provenientes de América Central.
Pero en el campo Republicano el terreno es mucho más pantanoso, no sólo por la multitud de candidatos sino porque la mayoría parece haber olvidado la lección que el partido debió aprender después del fiasco de Mitt Romney ante Obama en las elecciones presidenciales del 2012.
En esa elección, ante la promesa de Obama de impulsar una reforma migratoria Romney consideró oportuno oponerse frontalmente a la idea, y con ello promovió una fuga en masa del voto latino hacia el candidato demócrata, que terminó siendo reelegido.
Inmediatamente después del polémico discurso de Trump en junio del 2015, una estratega de la campaña de Romney en 2012 escribió un furioso artículo en el diario Washington Post alertando al partido que no cometa el mismo error.
Lección por aprender
Y sin embargo, hasta el momento los debates entre aspirantes republicanos se tornaron una carrera para ver cuál de ellos era más virulento en la oposición a cualquier idea de reforma migratoria, temerosos de ser llamados “blandos” en el tema.
El aspirante ultraconservador Ted Cruz, por ejemplo, en el último debate dejó claro que su propuesta para la cuestión migratoria es aún más radical que la de Trump, quien se propone expulsar del país a 11 millones de personas en un plazo de dos años y construir un gigantesco muro en la frontera con México.
Trump, alegó Cruz, admite que un inmigrante expulsado pueda volver a ingresar a Estados Unidos legalmente, al tiempo que su propio programa transforma la deportación en un camino sin retorno posible.
Cruz y Trump trabaron en la última semana una verdadera guerra de anuncios de TV acusándose mutuamente de abrir la puerta a una “amnistía” a inmigrantes ilegales y de no ser suficientemente duro en el tema.
John Kasich y Marco Rubio, en tanto, ya se han mofado de la idea de Trump de una deportación en masa de millones de inmigrantes.
Rubio es un ejemplo de las presiones internas entre los republicanos: hijo de inmigrantes cubanos en Florida, había apoyado un proyecto de reforma de la legislación migratoria que llegó a ser aprobado en el Senado, pero ante las críticas por ser un blando terminó por marcar respetuosa distancia de esa iniciativa.
Jeb Bush es el único entre los republicanos que defiende la búsqueda de un mecanismo que permita la regularización de los inmigrantes. La deportación en masa “es ignorar nuestro valores y además despedazará comunidades enteras” , dijo.
Para Bush “lo que debemos hacer es permitir que esas personas adquieran una situación legal” .