LA ERA DEL FAUNO
“Juren conmigo” y otros trucos
Noam Chomsky identifica diez estrategias de manipulación mediática que son aplicables a toda comunicación masiva. Son estas la distracción; crear problemas y ofrecer soluciones; gradualidad; diferir; dirigirse al público como criaturas de poca edad; utilizar el aspecto emocional mucho más que la reflexión; mantener al público en la ignorancia y la mediocridad; estimular al público a ser complaciente con la mediocridad; reforzar la autoculpabilidad, y conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
Acerca de utilizar el aspecto emocional más que la reflexión, explica que es como provocar un corto circuito en el análisis racional. Parafraseando al lingüista, es una manera de eliminar el sentido crítico para que la persona acepte ideas u ocurrencias que quizá no compartiría si las viese desde otro punto de vista.
Uno tamiza, pule o repele una idea según su conveniencia y conocimiento. Por ejemplo, se me ocurre que una manzana será comida si la persona tiene deseos, le gusta, no está podrida, le da la gana, es lo único que hay, etcétera. Otra persona o varias, sin embargo, podrían hacerle creer que tiene deseos, hambre, que no está podrida, sino madura y que los segmentos negros contienen un triglicérido naturaleza d5 que modifica los ph del corazón; por lo tanto, son magníficos para la salud si se comen con cierta frecuencia. Es decir, la idea es traspasar nuestro sentido crítico para aceptar embustes como el mío.
Todo discurso tiene sus funciones de comunicación. Como sabemos, entre ellas se encuentran la apelativa y la emotiva. Estas intentan conmover y convencer. La apelativa suele ir acompañada de citas célebres. Siempre está de moda Einstein, Asturias o Tito. La función emotiva podría conducir a unos excursionistas por un precipicio equivocado, a menos que ellos tengan el mapa, conocimiento teórico del terreno y se valgan del guía para corroborar sus datos.
Así, un presidente que apele a nuestra conciencia o busque conmovernos se ejercitará en esas artes. Los actores lo saben bien. Sin esa chispa conmovedora no son nadie en el escenario. Interpretan su rol con técnicas gestuales, tono de voz, dicción y otros signos teatrales —que suman 13— para conquistar el aplauso. Por eso, utilizar el aspecto emocional más que la reflexión es un intento por demoler el razonamiento, lo cual conlleva a la empatía sentimental con quien transmite el mensaje.
Los mensajes emotivos y apelativos no necesariamente son embustes, como tampoco son necesariamente ciertos. Son herramientas de persuasión para conseguir la validación. Es por ello que algunos promotores del terrorismo de Estado suelen ser agradables en persona. No se sorprenda si esas gentes que tanto odia por sus escritos u opiniones, en persona son, como se dice, “encantadoras”. El discurso y la apariencia no siempre se encuentran en relación directamente proporcional con el volumen de los contenidos; es decir, el infierno se lleva dentro.
El discurso es como un perfume que hace a una muchedumbre desnudarse, como lo consigue Jean-Baptiste Grenouille. O la hace ponerse de pie y jurar comprometiéndose a cosas con la patria y el expositor para, en un futuro, si él falla, recordarle que fallaron todos.
Si profundizáramos en las otras estrategias, como reforzar la autoculpabilidad para hacer creer a las personas que Guatemala está mal porque sus habitantes educan mal a sus hijos, o buscarle más cosas a eso de tratar a la audiencia como criatura de poca edad y meterla en una dinámica motivadora, nos tomaría tiempo. Aunque, después de todo, sobre esto último no hay mucho más qué decir.