“Los hombres recogen la totora, porque son los que saben cuáles son las raíces buenas. Si tienen mucha tierra, se hunden”, explica José, uno de los guías que acompaña a los turistas que visitan los uros.
Para mantenerlas, cada 20 días se añade una nueva capa de totora sobre la superficie, para lo cual anclan las islas con cuerdas, estacas y piedras que se hunden a una profundidad de unos tres metros, explica el presidente de una de las comunidades.
A lo largo del año, el nivel del Titicaca apenas sube unos dos metros, en gran parte debido a la evaporación, pero también gracias al río Desaguadero, que descarga en otro lago en la parte boliviana.
En cada isla conviven entre cinco y siete familias que subsisten de la caza y la pesca que luego venden o intercambian en el mercado de Puno. Además, tejen coloridos bordados y artesanías de totora que venden a los turistas.
Las viviendas y algunas de las embarcaciones que utilizan están fabricadas con este junco, planta que además comen y utilizan como medicina. Las casas, de forma rectangular, son de una pieza en las que duerme toda la familia.
Las embarcaciones, que incluso pueden ser de dos pisos, las construyen en unos seis meses y las utilizan durante siete años. “En 1947, la expedición del explorador noruego Thor Heyerdahl recorrió cuatro mil 700 millas entre Perú y la Polinesia francesa en una balsa similar a las que construyen los uros”, cuenta José.
El Titicaca —que significa puma de piedra— se encuentra ubicado a unos tres mil 800 metros de altitud, y está rodeado de misticismo. Según la leyenda es el lugar del que surgió Viracocha, el dios sol, quien a su vez envió a Manco Cápac a fundar la próspera cultura inca en Cuzco.
Los uros fueron de las primeras formaciones culturales del altiplano y su origen se remonta a la época preinca. Según algunas teorías, procedían de Bolivia pero emigraron a las zonas costeras después de grandes sequías entre los años 900 y mil 200 d.C.
En un principio habitaban en tierra firme pero decidieron construir islas flotantes para evitar ser conquistados por los tiahuanacos, collas e incas. Además, descubrieron que en pleno lago tenían más medios de supervivencia gracias a la caza y la pesca.
Su idioma originario, el pukina, se fue perdiendo y adoptaron el aimara, el cual continúan hablando, junto con el español.
En la actualidad, hay alrededor de unas 80 islas uros en el lado peruano del Titicaca y se calcula que en ellas viven, aproximadamente, mil 800 personas, que por lo general se emparentan entre ellas. Cada isla tiene un presidente y hay un jefe máximo para todas ellas.
Aunque el modo de vida sigue siendo tradicional, junto a algunas de las casas pueden verse pequeños paneles solares que les proporcionan unas tres horas de electricidad por las noches.
El gobierno de Alberto Fujimori fue el primero en entregarles esos paneles, en los años de 1990, y a mediados de 2015 el actual gobierno les entregó otras 600 placas. Para evitar incendios cocinan al aire libre sobre totora húmeda, aunque también cuentan con hornillas de gas que emplean en el interior de las cabañas cuando llueve.
La educación
Los menores acostumbran jugar alrededor de sus madres mientras estas tejen o atienden a los turistas. También van a la escuela, que está a una media hora de distancia en barca.
Muchas veces son los niños mayores los que reman y llevan a los más pequeños a sus clases, pero otras es la propia maestra la que recorre las islas para llevarles a la escuela, explica José.
La primera escuela que hubo en las islas era adventista, fundada por estadounidenses, pero ahora cuentan con varios centros más de educación primaria.
“Las nuevas generaciones de uros están cambiando y muchos de ellos se van a estudiar o trabajar fuera. Quizás esta forma de vida puede llegar a extinguirse”, comenta el guía.
Por ahora los hombres y mujeres de las islas flotantes siguen saliendo sonrientes al recibir al visitante con su tradicional expresión: “kamisaraki” (¿qué tal?) y le despiden desde su universo de totora mientras se aleja de vuelta a Puno o se adentra en el lago.