LA ERA DEL FAUNO
Según se duerme, se despierta
Se despierta de muchas maneras. Hay quienes anhelan oír trompetas acompañadas de visiones. En las sociedades no puede ser de esa manera. Un despertar en Guatemala no implica una emoción alucinante con juegos pirotécnicos para la instantánea iluminación pública. Perdonen tanto adjetivo, pero las emociones son eso y nada más, engañosos mantos de la razón.
El despertar al que nos referimos, cuando hablamos de nuestro país, es uno que se viene labrando a fuerza de huesos enterrados en destacamentos militares, de torturas en los cuarteles de la Policía, de bombas lacrimógenas. Es un despertar resultante de persecuciones, exilio y otras mortificaciones frenadas por la valentía de quienes tomaron antes las calles. El arrojo actual no nace de la nada. Las manifestaciones tienen antecedentes tristes. Detrás de cada palabra escrita, gritada, de cada pancarta hay mártires y personas que salieron a las calles antes que nosotros. Muchos fueron asesinados o vivieron acosados por torturadores, violadores de derechos humanos, orejas, grupos paramilitares terroristas, de los años 80. Estos grupos se creían desapercibidos, se reconfiguraron tras la firma de los Acuerdos de Paz y se afianzaron con la llegada al poder del general de la mano dura —o mano de mono, según se vea—. Se afeitaron para las cámaras y buscaron aprovecharse de la famosa amnesia guatemalteca.
Mas la reciente captura de los militares, incluido Benedicto Lucas García, acusados de desaparición forzada y delitos de lesa humanidad, es producto de una sociedad que despierta. Pueden ver micos aparejados por todas partes, conspiraciones o hilos que nos manipulan desde países de fantasía, pero vamos a lo concreto: hay más fiscalización popular representada en organizaciones de derechos humanos, por la sociedad civil integrada también por algunas personas que vivieron tales pesadillas y exigen justicia desde hace décadas.
Si Guatemala despierta, no es por un estado de esquizofrenia ni por un caudillo que vuela disfrazado sobre la masa ignara, según lo describen quienes lo han visto. Los cambios no son solo emotivos y es mejor así, pues los destellos de una emoción duran una noche, y en los tiempos actuales no se sabría quién los habría lanzado ni para qué. De ahí que se carezca de un liderazgo individual en la plaza, que haya una polifonía y cierta desconfianza entre pequeñas organizaciones. Hay subidas y bajadas en un país acostumbrado a hundirse siempre. En los años 80 era imposible que una persona exigiera cuentas al poder, pues un Estado terrorista estaba en sintonía con los aparatos clandestinos. No es que ahora haya democracia, es que ya se les rebalsó el vertedero de impunidad.
Pese a ello, hay quienes conservan una imagen distorsionada de su realidad y desempolvan prejuicios anticomunistas, “antileninistas”. Pero su petrificación intelectual ya no impresiona, hoy es motivo de burlas (Véase, por ejemplo, la gran cantidad de chistes sobre un Alejandro Maldonado fuera de sí). Atacan a una ideología que no existe, desde una mentalidad que no evolucionó ni siquiera en el pensamiento simple, de sentido común, al extremo de que condenan a las víctimas y justifican a los torturadores. Argumentan que si aquellos militares mataron niños, ancianos y mujeres, fue por amor a la patria.
Nuestro país no padece de un despertar abrupto, vive una evolución de los sentidos sobre los fenómenos sociales. Hay vigilancia civil, manifestaciones, investigación y fiscalización. Se tiene ahora la capacidad de expropiar a los medios de comunicación —con todo y sus analistas— del uso exclusivo de la noticia.