Es propiedad de Nine Dragons, una empresa de reciclaje iniciada por Zhang Yin, también conocida como Cheung Yan, quien una vez fue clasificada por Forbes como la mujer autodidacta más rica del mundo.
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Cómo algunos países se convirtieron en el basurero del mundo y qué soluciones hay para para cambiarlo
Si navegas por el río Pearl desde Hong Kong, llegarás a la ciudad industrial de Dongguan, donde encontrarás la que quizás sea la fábrica de papel más grande del mundo, del tamaño de más de 300 canchas de fútbol.
China ya no quiere ser el basurero del mundo... ¿qué se puede hacer con el problema de la basura? (Foto Prensa Libre: Getty Images)
Nine Dragons es, o quizás fue, el mayor importador por volumen de productos estadounidenses a China.
¿Qué productos? Papel de desecho, que por lo general llega con un poco de basura no deseada mezclada.
Tonelada tras tonelada era embalada y luego apilada en barcos con destino a China, donde los trabajadores separaban lo útil de lo indeseado manualmente.
Es un trabajo crucial: si el papel de desecho está demasiado contaminado, no se puede reciclar.
Es también un trabajo que es difícil de automatizar. Necesita humanos.
Así que los países ricos comenzaron a enviar sus desechos a países donde los trabajadores son lo suficientemente pobres como para clasificarlos por salarios lo suficientemente bajos como para obtener una ganancia.
Basurero del mundo
Este sistema funcionó sin problemas desde los años 80 hasta hace muy poco.
La economía de rápido crecimiento de China exportaba muchos productos manufacturados y, en lugar de que los barcos regresaran vacíos, se cargaban con desechos para que China los reciclara.
Empresarios como Yin hicieron una fortuna con ello.
Pero China se enriqueció y el gobierno decidió que ya no quería ser basurero del mundo.
En 2017 anunció su Operación Espada Nacional, según la cual China solo aceptaría basura bien ordenada que no contenga más del 0,5% de las cosas que no deberían estar allí.
Fue un gran cambio: el porcentaje de impurezas solía ser 40 veces más.
La cantidad de residuos enviados a China se redujo considerablemente, al tiempo que los gobiernos y las empresas de reciclaje se vieron obligados a ajustarse.
¿Deberían encontrar otros países lo suficientemente pobres como para aceptar sus desechos mal ordenados o aumentar los impuestos para pagarle a los empleados salarios más altos para que los clasificaran mejor o hacer otra cosa?
Los antepasados
Los ejemplos de reutilización se remontan a más atrás de la invención del papel.
La antigua Grecia nos dio la palabra “palimpsesto”, que literalmente significa “raspado limpio para ser usado de nuevo”, refiriéndose al papiro.
Los romanos fundían viejas estatuas de bronce para esculpir otras nuevas y hace 1.000 años en Japón ya tomaban papel usado y lo hacían pulpa para hacer más papel.
Por eso, durante siglos, la gente se ha ganado la vida buscando basura, como trapos para vender a las fábricas de papel.
Pero todo eso era impulsado por incentivos del mercado: las materias primas eran demasiado valiosas para ser desechadas.
La idea de que debemos reciclar porque es lo correcto es mucho más reciente.
En 1955, por ejemplo, en un artículo de la revista Time titulado “Vida desechable“ el adjetivo no era peyorativo, sino festivo.
Estaba ilustrado con una sonriente familia llenando su caneca de basura con platos de papel, cubiertos de plástico y otros objetos que, según decía el artículo, “tardarían 40 horas en limpiarse, pero ninguna ama de casa debería molestarse en hacerlo”.
“Los artículos desechables reducen las tareas domésticas”, subrayaba.
¿Por qué lavar después de cocinar cuando puedes usar bandeja de aluminio y hasta barbacoa desechables?
Pero con el paso del tiempo, las cosas fueron cambiando.
El llanto de un indio italiano
En Estados Unidos una campaña publicitaria televisiva conocida como The Crying Indian (“El indio que llora”) ayudó a cambiar la perspectiva.
Apareció por primera vez en 1971, mostrando a un nativo americano remando en su canoa por un río contaminado por la basura y de pie junto a una carretera mientras un automovilista tira una bolsa de detritus de comida rápida a sus pies.
“La gente crea contaminación”, dice una voz. “La gente puede dejar de hacerlo”.
El indio voltea la cara hacia la cámara y se ve una lágrima rodando por su mejilla.
El anuncio, sin embargo, no era lo que parecía, y no solo porque el actor resultó ser un inmigrante italiano de segunda generación.
Fue financiado por una organización respaldada por las principales compañías de bebidas y envases.
En ese entonces, comprabas una bebida gaseosa y recuperabas algo de dinero cuando devolvías la botella vacía. Se asumía que proporcionar los incentivos y la logística para devolver los residuos era tarea del fabricante.
Pero el indio llorón buscaba plantear una idea diferente: las personas eran las responsables de sus propios residuos.
De las compañías al gobierno
Con los años, la logística de reciclaje se convirtió en asunto de los gobiernos locales.
Para el historiador Finis Dunaway convertir “grandes problemas sistémicos en cuestiones de responsabilidad individual” fue una mala idea.
Hizo que reciclar se convirtiera en algo que podía hacernos sentir bien en vez de ser un asunto práctico y efectivo.
Eso concuerda con los resultados de una investigación realizada por la Universidad de Boston, que descubrió que las personas que saben que pueden reciclar tienden a desperdiciar más.
Eso no importaría si el reciclaje no tuviera un costo, pero, por supuesto, lo tiene.
Por otro lado, dejar la eliminación de residuos en manos del libre mercado también es mala idea, sostiene el economista Michael Munger.
Si le cobras a la gente lo que cuesta deshacerse de la basura de la manera indicada, la tientas a botarla ilegalmente y eso es mucho peor.
Pero si usamos los impuestos para subsidiar la eliminación de desechos, corremos el riesgo de incentivar el desecho sin pensar pues la sociedad asume los costos.
¿Cómo lograr que todos reciclemos?
Una solución es la persuasión moral de anuncios como el del indio llorando.
Pero eso también es problemático, dice Munger, en un ensayo para el think tank estadounidense Cato Institute.
Señala que simplemente deberíamos comparar los costos y beneficios del reciclaje de cada tipo de residuos: botellas de vidrio, latas, tazas de café de plástico, etc., en comparación con otras opciones.
Gracias a que hoy en día los vertederos son bien diseñados, se puede aprovechar el metano que la basura produce para generar electricidad y los incineradores de residuos modernos pueden ser una fuente de energía limpia y pura.
Si, en cambio, tratamos el reciclaje como una cuestión moral, ¿hasta dónde llegamos?
Una solución ejemplar
Taiwán, una vez apodada “la isla de la basura”, ahora tiene una de las tasas de reciclaje más altas del mundo.
¿Cómo lo logró?
Asegurándose de que la eliminación de desechos “se asiente firmemente en la conciencia pública”, le dijo Ying-Ying Lai, jefe del departamento de gestión de desechos de la Administración de Protección Ambiental de Taiwán, a la revista Smithsonian.
Si Taiwán pudo hacerlo, ¿por qué no van a poder todos los demás países?
Quizás necesitemos respuestas sistémicas: tal vez los reguladores podrían alentar nuevos modelos de negocios como los esquemas de depósito de botellas que hacen que los fabricantes analicen los incentivos y la logística para reciclar sus productos.
Muchas de estas discusiones están ocurriendo bajo la frase de “economía circular”, un concepto también citado por Ying-Ying Lai de Taiwán.
O tal vez la tecnología vendrá al rescate
Una nueva empresa de Reino Unido dice que puede convertir los plásticos mezclados, notoriamente difíciles de reciclar, en el aceite de donde vinieron.
Un centro comercial en Australia recientemente hizo un debut con un bote de basura con inteligencia artificial que detecta lo que se pone en él y lo clasifica.
Las instalaciones de clasificación de última generación utilizan robots, láseres, imanes y chorros de aire para separar diferentes objetos reciclables.
Nada de esto puede competir con la escala del trabajo realizado por trabajadores de bajo costo en China y otros lugares, pero tal vez el cierre de esa opción estimule la innovación.
Tim Harford escribe la columna “Economista clandestino” en el diario británico Financial Times. Este artículo está basado en la serie 50 Things That Made the Modern Economy del Servicio Mundial de la BBC. Haz clic para encontrar más información sobre las fuentes del programa y escuchar todos los episodios o suscribirte al podcast de la serie.