ALEPH

La intención de nombrar

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Cada mañana, mi padre extendía El Imparcial cuan amplio era y doblaba la hoja mientras iba leyéndola lentamente, casi sorbiéndola, al ritmo de un cigarro y una taza de café. Fue allí que me enamoré del misterio. En pocas páginas, llegaba el mundo —con todo y su Guerra Fría— a nuestra casa; después de leer, mi padre comentaba las noticias del momento o se quedaba en profundo silencio. Nos decía que había buenos periodistas, pero que también los había “faferos”; años después comprendería yo la diferencia entre ambos. Decía también algo que entonces no entendía: que había medios conservadores y “de avanzada”. Que yo debía leer cosas de niñas, no los periódicos, y que lo que en casa se decía, en casa se quedaba.

La siguiente parada fue en 1993. El periódico Siglo XXI se convirtió, en aquel entonces, en un importante catalizador del Serranazo. En aquella edición especial vimos cómo cercaron las fuerzas de seguridad las casas de los presidentes del Organismo Judicial y del Congreso. En los oídos resuena aún el mensaje de Serrano Elías, transmitido por radio y televisión la mañana del 25 de mayo: “He decidido suspender temporal y parcialmente la Constitución de la República, según lo permite (…) la misma Constitución…”. Justo entonces comencé a publicar en ese medio una que otra columna eventual en la sección de Pulso Económico.

Cuatro años más tarde, en el marco de una esperanzada Guatemala post-acuerdos de Paz, sería columnista de Prensa Libre. No siendo periodista de profesión, iba conmigo esa necesidad inexplicable de nombrar. Algo así como respirar. Y tocó aprender a escuchar otras “verdades”, a leer e investigar, y a andar por la vida observándolo todo, reflexionándolo todo, permanentemente. Porque una columna no se escribe solo a partir del momento en que una se sienta frente a la computadora, sino meses, días y hasta años antes de siquiera haberla pensado. Primero fue una columna a la semana, y muy pronto fueron dos. Desde entonces, Prensa Libre nunca me censuró una columna, ni siquiera una palabra. Por años, mi querida y paciente editora, Verónica Toledo, fue parte de este trazo narrativo.

Como pluma invitada, he escrito para medios como The Huffington Post o Le Courrier. Acompañé a Plaza Pública desde el Consejo Editorial en sus primeros años, y luego a Nómada, ambos medios digitales imprescindibles. Y desde nuestras columnas en distintos medios, muchos nombramos este inolvidable 2015. En días pasados, a mi correo electrónico llegó un lacónico mensaje de Prensa Libre: a partir del 10 de diciembre, solo tendré el espacio de los jueves. Doy gracias desde ya a quienes me han prestado sus ojos tantos sábados. Comparto, también, que en este país colonial con islotes posmodernos y anhelo democrático, extrañaré las voces de quienes no estarán más en este medio, nombrando una realidad que precisa polifonías y diálogos, más que silencios. Extrañaré a quienes empalabraron cosas tan fundamentales como la dignidad. Frente a mí, hay gente joven tomando un café mientras lee las noticias en la tablet o el celular, y pienso que la palabra permanece, que la intención de nombrar es irreductible.

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.