Los preparativos de la fiesta escolar se iniciaron con la construcción, en el hipódromo, del templo de Pallas Atenea, la diosa que junto a Estrada Cabrera presidiría los actos en el improvisado Olimpo, continuaron con el bacheo de la sexta avenida y la avenida del hipódromo, las cuales serían recorridas por el desfile que iniciaria en la Plaza de Armas – hoy de la Constitución- y concluiría frente a la mencionada diosa de la sabiduría.
Con la natural curiosidad de establecer quien era esa diosa que junto al mandatario, presidiría esa fiesta, hizo que los capitalinos salieran a las calles desde muy temprano ese último domingo de octubre de 1899.
Desfile
El recorrido del obligado desfile abría con un pelotón de policías “de la urbana”, seguido por la música marcial, y a prudente distancia los altos funcionarios de gobierno, seguidos por burócratas de sueldo más bajo y los señores magistrados de las cortes de justicia, luego las autoridades municipales, los directores de las escuelas y unos seis mil alumnos acompañados por sus maestros.
Una hora más tarde, la totalidad del desfile se aglomeraba en el hipódromo, y admiraba el templo de la diosa que con casco y escudo, rodeada de ocho sacerdotisas, se encontraba en el altar. En esa primera fiesta quien protagonizó a Atenea fue la señorita Ernestina Aguilar, acompañada de seis hermosas jovencitas.
Llega “don Manuel”
Todos los asistentes esperaban ver al presidente, quien no tardó mucho en llegar, ya que alrededor de las diez de la mañana la banda marcial interpretó La Granadera.
Estaba a la vista el landó que ocupaba Manuel Estrada Cabrera, rodeado por el cuerpo de ayudantes que cabalgando le abrían paso. La banda procedió a interpretar las notas del Himno Nacional.
Posteriormente una ráfaga de viento derrumbó el improvisado templo dejando a las actrices de la diosa y sacerdotisas bajo los escombros. Sin embargo, la tragedia no pasó a más dado que los materiales con los que se había construido la estructura no eran muy pesados, por lo que las jovencitas fueron rescatadas con golpes leves. El acto continuó como si nada hubiese ocurrido.
El señor presidente estaba encantado con su fiesta que luego nombraría como “Las Minervalias”.
Allí mismo, frente a los escombros del “templo de Atenea”, ordenó el encarcelamiento del responsable de que no se aseguraran de forma correcta los parales, al mismo tiempo que encomendaba a otras manos la construcción de un templo digno de Minerva, el cual fue estrenado en 1901, y que permaneció por varios años en dicho lugar.
Entre desfile, viento y derrumbes concluyó la primer fiesta de Minerva.