ALEPH
Los catecismos ideológicos
A la democracia que anhelamos hoy no le alcanzan las ideas de izquierda y derecha que conocemos. No solo no le alcanzan porque la realidad superará siempre los marcos ideológicos fijos, sino porque en ambos extremos del pensamiento se viven momentos de crisis en términos de la propia identidad y del mundo interconectado del siglo XXI. Claro que hay diferencias entre la derecha y la izquierda, pero también hay diferencias a lo interno de ellas. ¿Todos los de izquierda se identifican con Stalin y todos los de derecha con Franco? No. Solo algunos a los que el pensamiento les sirve para justificar su fascismo interior.
Para Maturana, “la democracia, más que un sistema político, es el espacio efectivo de realización de los seres humanos como seres autónomos, colaboradores, respetuosos, responsables, imaginativos, abiertos, con la posibilidad de estar continuamente generando un espacio de convivencia en el mutuo respeto y la colaboración”. A partir de esta y otras concepciones, está claro que Guatemala no vive en democracia. Por ello, la peor amenaza al statu quo guatemalteco sigue siendo el pensamiento independiente, sin aparato político, difícil de medir y de encajonar, organizado puntualmente para darle respuesta a uno o dos objetivos por vez. Paradójicamente, eso es justo lo que hemos venido haciendo como sociedad desde que reventó la crisis política en abril pasado, y no nos ha ido mal.
Comienza a ser claro, en distintas partes del mundo, que la ruta más directa hacia zonas políticas más democráticas y ejercicios ciudadanos más amplios es la de un pensamiento sustentado en la ética, elaborado fuera de las cajas negras de las dos tendencias ideológicas que marcaron la Guerra Fría. No hablo de tibieza ni de uniformidad de pensamiento, hablo de profundidad. No hablo de que todo valga o del relativismo que todo lo aguanta, hablo de fundar pensamiento crítico. No hablo de no tener ideología, porque eso sería imposible: todos tenemos un montón de ideas sobre nuestra realidad y nuestros sistemas político, social, económico, cultural, moral y religioso, entre más. Todos tenemos ideología porque tenemos en nuestra cabeza una representación del sistema y, en paralelo, vamos trazando líneas de acción. De lo que hablo es de pensar fuera de la caja y de esas fosilizaciones del pensamiento que se niegan a cuestionar nada, que someten a millones de seres humanos en nombre de las ideas como si fuera malo pensar por cuenta propia y en relación con otros.
Mucho se habla de la derecha reaccionaria, y poco de la izquierda reaccionaria. Pero ambas han existido, existen y coexisten porque no vive la una sin la otra. Lo malo es que hoy constituyen impedimentos gigantescos para la consolidación de cualquier democracia y cualquier estado de Derecho. Claro que hay personas en la izquierda y la derecha capaces de poner distancia de la autocomplacencia, dispuestas a desmontar la arquitectura reaccionaria de sus aparatos ideológicos y a desmitificar los excesos de cualquier práctica ideológica. Pero hay pensamiento y práctica fósil que viven para defender una ideología a costo de los excesos que sea.
¿Le sirven las derechas e izquierdas reaccionarias al salto civilizatorio que queremos dar en el siglo XXI? Se está rompiendo el orden donde la voz cantante la llevaban los opuestos; hoy, en un mundo interconectado y diverso, la multiplicidad de voces que se oyen son más. Antes pensaban dos, hablaban dos, regían dos maneras de ver el mundo. Hoy pensamos más, hablamos más, regimos más. Y la tendencia va hacia un juego más amplio de ideas, no al revés. A quienes les gustan los uniformes y el dogma, les encantaría ver un mundo felizmente uniformado (no importa el color).
Atrevámonos a pensar juntos. A este siglo ya no le sirven los centros de pensamiento unipolares y monolíticos. Este artículo es para quienes son jóvenes, no solo en el cuerpo, sino en el pensamiento y el corazón.
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