DE MIS NOTAS

La pena de muerte debe ser aplicada

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Los asesinos de Pancho Palomo enfrentan la justicia. Fueron captados in fraganti por las cámaras de vigilancia ciudadana. Los posteriores testimonios de uno de ellos, convertido en testigo protegido, da una idea de su fría y desnaturalizada profesión: Asesinos a sueldo. Sicarios para matar a sangre fría a ciudadanos indefensos. Según sus propias confesiones, no menos de 14 personas habían sido asesinadas por esta gavilla dedicada al asesinato por encargo.

Este tipo de delincuentes, que más que sicarios son seres humanos desnaturalizados, deben ser condenados a sufrir la pena máxima que la ley contempla: la muerte. No es falta de misericordia. Es una acción de retribución que toma en consideración la malignidad de uno de los actos más crueles e inhumanos que un individuo puede llegar a cometer en contra de su prójimo, que es quitarle su vida.

Implica su crueldad, la sigilosa premeditación con la cual acechan para vigilar los movimientos de sus víctimas, tomando nota de sus entradas y salidas, su agenda diaria, sus desplazamientos. Conocimientos, todos, con los que fríamente planearán sus ataques alevosos para, al final, llegar al momento de segarle la vida a un ser humano.

Lucrecia Marroquín, hoy viuda de Palomo, ha demandado que se aplique la pena de muerte en Guatemala. Escribió recientemente:

“La Constitución, en su artículo 18, establece la pena de muerte. Por años ha estado en suspenso esta acción. Se aduce violación a los derechos humanos del reo y que no es una medida humana. La realidad es otra. Trata de librar a la sociedad de personas que no tienen la capacidad de vivir en ella, que son un peligro para los demás, que no tienen la capacidad de regenerarse; además, sirve de ejemplo para aquellos que quisieran seguir el camino de la transgresión. Lo hicieron los países que hoy claman porque aquí se derogue cuando estaban construyendo su nación; es más, Estados Unidos la mantiene vigente como medida correctiva”.

Los argumentos centrales de los que desean abolir la pena de muerte enfatizan la crueldad de la pena y la contradicción ética que surge cuando el Estado ejecuta a un reo. Rara vez, como lo señala Lucrecia, mencionan los crímenes, el daño y sufrimiento que los asesinos causaron a sus víctimas y sus familiares. De especial importancia es el no considerar la posibilidad de que estos criminales escapen de la cárcel y posteriormente sigan cometiendo estos crímenes de lesa humanidad, como ya ha sucedido en nuestro país varias veces.

Tampoco es valido subrayar como argumento para descalificar la pena de muerte el supuesto poco efecto disuasivo que tiene la misma. Cada país tiene sus particularidades y el nuestro vive una época de características muy especiales. Quizás en algún país europeo se justifica no tener la pena de muerte. Pero, ¿sufre esa sociedad los crímenes que se viven con regularidad en la nuestra?

La Biblia es clara en cuanto a la pena de muerte:

“El que hiriere a alguno, haciéndole así morir, él morirá”. Éxodo cap. 30 versículo 11.

“Si alguno se ensoberbeciere contra su prójimo y lo matare, con alevosía, de mi altar lo quitarás para que muera”. Éxodo cap. 30, versículo 12.

“El que robare a una persona y la vendiere, o si fuere hallada en sus manos, morirá”. Éxodo cap. 21, versículo 16.

“El que por enemistad golpeé a alguien con las manos, y muere, el que le ha herido tiene que morir: es un homicida. El vengador de la sangre dará muerte al homicida en cuanto le encuentre”. Números, cap. 35, versículo 19.

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.