PANÓPTICA
Democracia = utopía
Hablar de democracia en Guatemala es como hablar del fin del capitalismo después de la recesión económica mundial 2008, un tema complejo y polisémico, un debate inacabado en las Ciencias Sociales, una cuestión que inevitablemente aflora posicionamientos ideológicos, una maraña de acontecimientos y reseñas de lo que pudo hacerse desde hace treinta años, una tertulia que finaliza casi siempre con escenarios pesimistas; es una categoría abstracta con insuficientes elementos objetivables en la realidad social.
Las elecciones pasadas —el TSE evidenciando su ineficacia política, inexistente rectoría y ausencia de agallas— tan solo representan la arista de la democracia electoral, un espejismo que carcome los imaginarios de una porción de la ciudadanía que cree que en verdad manda, una democracia simulada/tutelada por los grupos de poder nacionales e internacionales —la globalización se perpetúa mediante la república neoliberal—, un proceso perverso que echa chapopote a las fisuras del sistema, que permite que los enemigos discursivos se alineen a sus intereses de clase política, de grupo corporativo, de cartel de la droga, de potencia hegemónica, entre otros.
En este sentido, debemos reflexionar sobre lo siguiente: ¿De qué tipo de democracia hablamos en Guatemala? ¿Cuáles son sus principales rasgos, logros y desafíos desde 1985 hasta la actualidad? ¿Cómo ha evolucionado la ciudadanía de un régimen autoritario/militar hacia un sistema democrático/civil? ¿Quiénes son los verdaderos ganadores de la transición democrática?
Acaso puede existir “democracia económica”, cuando tenemos un mercado oligopolizado —la ley de competencia/antimonopolios debe aprobarse urgentemente—, empresarios nacionales y transnacionales que no pagan sus impuestos cabales —Línea 2—, una concentración de la tierra descomunal —0.84 Índice de Gini—, un sector cooperativista alineado al gran capital sin fomentar el desarrollo económico local, un mercado que excluye a la economía campesina de subsistencia y agricultura familiar, un modelo acumulativo que saquea territorios, violenta comunidades y degrada el medioambiente, una economía que no invierte en la gente, que no fortalece el mercado interno y que tiene secuestrado al Estado.
En cuanto a la “democracia social y política”, no existen partidos políticos como tales, están agotados —28 franquicias carentes de legitimidad y representación—, los movimientos sociales de viejo cuño se politizaron/dogmatizaron —los sindicatos en un letargo caudillista y mercenarismo financiero—, las nuevas caras y grupos de las manifestaciones ciudadanas son la esperanza de un renacer político-social, los medios de comunicación masivos reproduciendo la hegemonía de las élites, la academia oxigenándose para saldar su deuda histórica con el país, y las iglesias humanizándose para ser agentes de cambio social.
En fin, sobre todo en estas condiciones sociopolíticas, la democracia se ve como una utopía, difícil de alcanzar, pero que sienta las bases para caminar estratégicamente hacia un desarrollo más inclusivo y ético.
P.D. Sandra y Jimmy son causa-efecto de la crisis, no la solución.
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