“Todos nuestros clientes son gente exitosa en la vida, pero tienen agendas demasiado cargadas como para dedicarse a los encuentros amorosos”, agrega. Sin contar a los que temen ser queridos por la billetera más que por el corazón que late detrás.
En un salón del lujoso hotel Bristol en el que recibe clientes cuando se encuentra de paso en París, la mujer rememora la trayectoria excepcional que la condujo a ejercer su peculiar profesión.
Debutó en el periodismo deportivo, en la especialidad náutica, para distintas revistas. Luego una década en el comercio del acero para la empresa de su padre.
“Viajé por todo el mundo gracias a este trabajo, pero con la crisis decidimos vender la empresa a un fondo de inversiones norteamericano, aunque funcionaba bastante bien”, cuenta la elegante rubia de ojos azules, en un francés con acento flamenco.
Era necesario hallar un nuevo trabajo, preferentemente cambiar de sector, con tres imperativos categóricos: “que fuese en el lujo, las relaciones humanas y lo internacional”, explica.
Un día de 2011, la joven que se autodefine como “emprendedora nata”, conoce a la irlandesa Mairead Molloy, fundadora de Berkeley en Londres en 1998.
“Me explicó el negocio, el potencial de desarrollo, su deseo de no involucrarse demasiado en la empresa”, cuenta.
Había por lo tanto lugar para dos. Inga entra como socia a la agencia, con el objetivo de hacer crecer la lista de clientes y abrir nuevas sucursales.
Entre 15 mil y 50 mil euros
Cuatro años más tarde, la agencia que contaba 400 adherentes a su llegada, pasa a 5 mil en todo el mundo (más de la mitad son mujeres). La agencia posee sucursales en París, Milán, Ginebra o Melbourne.
“Nuestros miembros son sobre todo hombres de negocios, médicos, abogados, pero también artistas, gente famosa”.
Como por ejemplo aquella música “muy conocida”, a la búsqueda de un hombre “que la quiera por lo que es, no por su imagen”, cuenta Inga. Sin revelar ni un detalle más.
Por supuesto, todo este mundillo no vacila en desembolsar la cuota de ingreso a Berkeley, que oscila entre 15 mil euros para una adhesión nacional en su país hasta 50 mil para una búsqueda planetaria del alma gemela.
“Hay tarifas intermediarias y la cuota baja a la mitad para el segundo año”, precisa la empresaria.
El dinero y el hecho de moverse en un círculo restringido puede parecer a algunos poco romántico. “Lo mismo pasa en la vida, muchas veces se conoce a su pareja en el medio en que uno se mueve, con gustos y valores comunes, simplemente buscamos acelerar el proceso de encuentro, sin garantía de éxito”, asegura la empresaria, que se divorció a los 29 años y actualmente vive con el hijo de unos amigos de sus padres.
Las estadísticas de la agencia tienden a darle la razón. “Ocho clientes de cada diez conocen a alguien junto al cual permanecen durante por lo menos tres años, y en promedio ese encuentro feliz se produce tras nueve meses de búsqueda”, asegura.
Los buenos resultados se explican por el rigor con el que los equipos eligen a los miembros. Aquí no hay falsos perfiles ni hojas de vida inventadas.
“Hacemos investigaciones profundas acerca de nuestros clientes y les garantizamos una decena de encuentros por año. Tenemos una obligación de medios, más que de resultados”, señala.
Sin embargo, agrega, “una vez formadas, les perdemos el rastro porque no vuelven a ponerse en contacto con nosotros, probablemente porque hay un tabú que persiste acerca de este tipo de encuentros, lo cual es una pena”.