LA ERA DEL FAUNO
Bang, bang, bang
En alguna época, el cine nos de- leitó con el asaltante que llegaba a un banco, se acercaba a la ventanilla y pistola en mano compelía al receptor: “Ponga todo el dinero en esta bolsa”. Luego, salía corriendo y abordaba un auto negro.
¿Por qué no hacen una película al revés, en la que un tipo está en su oficina, de pronto viene un banco y lo obliga a entregarle su dinero; la empresa para la que trabaja le exige que deposite allí sus diezmos, y es forzado a tener una preferencia bancaria? Ha de haberla. En estos tiempos, no hay ideas originales.
En la vida real, los bancos son un gremio perfectamente organizado. La tipificación del Delito de Pánico Financiero, aprobado en 2008, los protege del menoscabo de la confianza de los usuarios hacia sus servicios. Con esa ley levantaron un muro de protección alrededor de sus intereses, pero ¿quién defiende al cliente? ¿Quién actúa con tanta rapidez como lo hace la Policía y el MP cuando el cliente ha sido afectado? A tal desprotección se añade una especie de terror al pánico financiero, semejante al horror medieval sobre el pecado.
El miedo se nota cuando se deja de informar con exactitud los nombres de los bancos y datos del personal que se ha visto involucrado en el robo sufrido por algún usuario que ha retirado dinero. La persona se adapta al desamparo, se acostumbra, hasta tiene que escuchar la bondad bancaria mientras oye sus programas deportivos, porque los comentaristas están obligados a repetirlos como si fueran de su gusto. Y es una publicidad engañosa. ¿Qué peor mentira que relacionar un banco con la felicidad, la amistad y los proyectos de vida de una persona? Como si un ser humano cuerdo tuviese como meta endeudarse para toda la vida.
Se confunde la ley de Pánico Financiero con la falta de libertad para divulgar cuáles son los bancos con el peor servicio. Al miedo por la inseguridad se le añadió el pánico que tapa bocas, frena, reprime. Un pueblo con miedo es un pueblo controlado. Ese miedo lo proyecta el afectado en todas sus actitudes, hasta en el caminadito. Se hace normal, lo asume como natural en sus demás esferas de interacción social, en otras circunstancias y ámbitos. El jueves pasado, por ejemplo, se cayó un muro en el interior de Oakland Mall, en vez de dar el nombre, algunos medios publicaron, bochornosamente (para evitar que les retiren los anuncios): “un centro comercial en zona 10”, cuando ya en las redes circulaba el nombre, fotos y videos.
Los servicios bancarios son útiles, el punto no es negarlo, sino apuntar que se ha hecho de la necesidad una herramienta de acoso en contra del ser humano. Debido a que contienen el dinero del país, los bancos, los centros comerciales con todo y sus plazas financieras se creen los dueños del país. Y no me refiero a los receptores de ventanilla, sino a los gerentes, administradores y juntas directivas que denigran a la persona. Soberana hipocresía es garantizar cosas de por vida, ocultar la verdad y amenazar con retirar los billetes si dicen el nombre del centro comercial afectado. Es muy alta la desproporción de los gremios sobre el ser humano, su amigo, su cliente, su visitante distinguido.
@juanlemus9