Texiguat está en el Corredor Seco Centroamericano, una zona desde Guatemala hasta Panamá afectada por la sequía severa que causa el fenómeno climático de “El Niño”, principalmente en el litoral Pacífico.
Normalmente llueve en Centroamérica de mayo a noviembre. Los campesinos aprovechan las primeras precipitaciones para sembrar maíz, frijoles y arroz -básico en la dieta de los centroamericanos-. Pero este año han pasado más de dos meses casi sin llover.
La sequía echó a perder el 15% de la producción en cien mil hectáreas cultivadas de maíz y 12% en las 25 mil hectáreas de frijoles en todo Honduras, según la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG).
En Guatemala unas 300.mil familias están afectadas, en El Salvador más de cien mil productores, en Nicaragua hay escasez de agua y cultivos básicos perdidos, al igual que en Costa Rica, donde cientos de reses murieron en el norte del país y se perdieron 250 millones de dólares en exportación agrícola este año.
– “No hay nada que comer” –
Junto a la cerca de alambre que delimita su terreno estéril, cubriéndose del sol con un sombrero blanco de ala ancha, vestido con raída camisa azul y un sucio pantalón vaquero, Eleuterio se lamenta de que “no ha llovido para nada”.
“No hay nada que comer, las cosechas están perdidas”, explica este hombre delgado, de pómulos salientes, tez y ojos claros, que depende de la ayuda del gobierno.
Texiguat se entiende con su miseria en 202 km2 a la orilla de un caudaloso río, que lleva el mismo nombre, en la única planicie de la zona, rodeada de montañas con escasa vegetación.
De sus 12 mil habitantes, el 80% vive en extrema pobreza, según el alcalde Lindolfo Campos, una cifra que supera el ya lamentable 76% de los 8,6 millones de hondureños en pobreza, de ellos 54% en miseria.
En el edificio colonial que alberga a la alcaldía, Campos se encarga de distribuir en su municipio la llamada “bolsa solidaria”, un paquete de 16 libras (7,2 kg) de comida que el gobierno entrega a 83.200 familias golpeadas por la sequía en diez de los 18 departamentos de Honduras.
“Estamos ante una calamidad sin precedentes”, deplora, mientras atendía a dos muchachas llegadas de El Hachero, un caserío montado sobre la cresta de la montaña en cuyas faldas está el pueblo de calles polvorientas y casitas de adobe y tejas.
“Venimos a que nos ayude, no tenemos nada que comer”, imploró Lesly Vásquez, de 16 años, quien llegó a la alcaldía con su hermana Ana, de 15.
Campos las llevó a una bodega en el patio trasero del edificio y sacó una bolsa que contenía harina de maíz, manteca, espaguetis, café y otros productos. “De 80 a 100 personas llegan cada día; hay que atender a la gente”, afirmó resignado.
El alcalde no sabe cuánto más va a durar la emergencia, pero promete que la SAG ayudará a los campesinos con la semilla para cuando se pueda sembrar.
“Perdimos la semilla que teníamos; nos quedamos completamente sin nada”, asegura Eleuterio, quien, mientras espera las lluvias, busca leña en las montañas cercanas para venderla a los pocos que la pueden comprar.
– Plan de emergencia –
Reunidos en Honduras bajo gestión del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), expertos recomendaron medidas urgentes de mitigación pues advirtieron que “El Niño podría convertirse en el “evento más fuerte que ha impactado a la región” en las últimas dos décadas”, según un comunicado.
Roger Torres, representante de la Comisión Permanente de Contingencias (Copeco), informó a la AFP que varias instituciones crearon un plan de acción para la seguridad alimentaria porque según los meteorólogos, el 2015 se proyectaba como el de mayor sequía en los últimos 48 años en algunas zonas del Corredor Seco.
Identificaron que la sequía severa afecta 83 mil 229 familias (unas 400 mil personas) de pequeños productores en 146 de los 218 municipios de Honduras, en los departamentos El Paraíso, Francisco Morazán, Comayagua, Choluteca, Valle, Lempira, La Paz, Intibucá, Copán y Ocotepeque.
El plan incluyó la entrega de la “Bolsa solidaria” y semillas, vigilancia epidemiológica y saneamiento, ayuda para sembrar hortalizas y huertos familiares, cosechas de agua y construcción de viviendas en un programa alimentos por trabajo.
“Vamos a ver cómo le hacemos, si es que llega a llover… porque de la milpa (tierra) vivimos todos”, se despide Eleuterio con pocas esperanzas.