Fe y sociedad

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  El país se deshace, porque sus ciudadanos, gobernantes y gobernados, aunque nos llamamos creyentes, actuamos en las realidades temporales al margen de la moral y del sentido que dimana de la fe.  En las puertas de la cuaresma es tiempo de cambiar. Este llamado es parte de la misión de la Iglesia.  Su tarea consiste en proponer a hombres y mujeres un estilo y sentido de vida fundado en el mensaje y la persona de Jesús.  Esa propuesta consiste fundamentalmente en descubrir el sentido y destino de la propia vida desde Dios que nos ama, que nos creó y que quiere compartir su vida con nosotros para siempre.  Por eso nos ha dado los medios para superar el pecado y la muerte, los dos obstáculos que impiden la realización de ese propósito.  De ese germen inicial surge toda la obra de la salvación, el propósito de la vida de Jesús, la orientación de vida de sus seguidores, el significado del culto cristiano y la misión de la Iglesia.

Tener fe significa ponerse uno mismo en la dinámica de esa propuesta de Dios.  Por lo tanto, la fe, cuando se asume con integridad y responsabilidad, abarca y afecta todas las dimensiones de la existencia humana, las personales y las sociales.  La fe cristiana no se ha reducido jamás a un culto o a un rito, aunque tiene culto y tiene ritos.  Tampoco se ha limitado a ser una propuesta moral, aunque tiene consecuencias morales.  Ni se ha concebido como un asunto privado y personal, sino que tiene consecuencias públicas y sociales.  Puesto que el Evangelio de Jesús es fuente de sentido para la existencia humana, nada de lo humano es ajeno a la propuesta de fe, ni el creyente cristiano cabal reduce su fe a las prácticas religiosas.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha desarrollado y profundizado su comprensión de la fe y de sus implicaciones.  La doctrina explica el significado de la obra salvadora de Dios.  La liturgia realiza y comunica la salvación de Dios a la vez que es el medio con que el creyente da gloria y honor a Dios.

La moral promueve la conducta que corresponde a la dignidad de los hijos de Dios.  No se limita a los aspectos más íntimos o personales, sino que abarca todos los ámbitos donde una persona actúa: la familia, el trabajo, el orden social y político, el mercado y las finanzas, la ciencia y la tecnología, la educación, los medios de comunicación social y la cultura.  En todos estos ámbitos se juega el sentido de la vida, y por eso la fe y la moral tienen una palabra y el creyente, una responsabilidad.  De allí el llamado de los obispos a proyectar la fuerza de la fe en una renovación moral de la sociedad.  Guatemala lo necesita.

ESCRITO POR:

Mario Alberto Molina

Arzobispo de Los Altos, en Quetzaltenango. Es doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Fue docente y decano de la Facultad de Teología de la Universidad Rafael Landívar.