La filosofía dionisiaca de Goethe

Margarita Carrera

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En todo caso, un poeta filósofo que, en  Fausto, no intenta “poder enseñar nada, ni mejorar ni convertir a los hombres…” y reconocer que ni “la filosofía, leyes, medicina y, por desgracia, también la teología…” le han llevado a la sabiduría; en cambio ha perdido “la alegría”.  Esto lo obliga a separarse de la razón y a consagrarse “a la magia, a ver si por la fuerza y el verbo del espíritu se me puede revelar más de un misterio, a fin de no tener más necesidad de decir, sudando la gota gorda, aquello que no sé”.

Si se arrepiente de algo es de haber abandonado por largo tiempo la vida, “arrinconado tras esta pila de libros que la polilla roe”.  El lamento  es el de no haber comprendido antes “esa viva Naturaleza que Dios creó ahí para los hombres”. Rechazo de la razón y apología de los sentidos,  los sentimientos y  la pasión.

“Llevaba en sí los instintos más fuertes: la sensibilidad, la idolatría de la Naturaleza, el elemento antihistórico y antiidealista, el elemento irreal y revolucionario”, expone Nietzsche, y agrega: “combatió la separación de la razón, de la sensualidad, del sentimiento, de la voluntad (separación predicada en la más desalentadora escolástica de Kant, el antípoda de Goethe)”.

Tomando como punto de partida que para Nietzsche “realismo” implica reconocimiento de la veracidad de la physis o Naturaleza, de este mundo contradictorio y pleno de vida y muerte, felicidad y desdicha, no es de extrañar que Goethe sea para él, “…en una época de sentimientos irreales, un realista convencido… un hombre fuerte, de alta cultura, hábil para todas las cosas del cuerpo, teniendo un perfecto dominio de sí mismo, perfecto respeto a sí mismo… tolerante no por debilidad, sino por fuerza, porque sabe usar en provecho propio aquello mismo que haría perecer a una naturaleza mediocre…” para quien “…no hay nada prohibido… y se afirma en el Todo: no niega nunca…”. Lo más, se lamenta de la inutilidad del conocimiento adquirido a través de la razón, por lo que Fausto asevera: “Siento que inútilmente haciné entorno mío todos los tesoros del espíritu humano…” en un alejamiento de la vida.

Por boca de Mefistófeles ataca la filosofía racionalista tradicional: “Emplead bien el tiempo, que se va tan aprisa; el orden os enseñará a aprovecharlo. Os aconsejo, pues,  mi caro amigo, que entréis  primero en el Collegium Logicum. Allí os peinarán debidamente el espíritu, os lo calzarán en borceguíes a la  española, de suerte que se deslice con más tiento por el camino del pensar y no se tuerza acá y allá y se descarríe…

En realidad, comparo yo la fábrica de los pensamientos con un telar en el que a golpes de pedal muévense mil hilos, suben y bajan las devanaderas y corren invisiblemente los cabos, y un golpecito solo fragua miles de combinaciones; pues eso mismo deberá hacer el filósofo que allí penetra y os adoctrina. Lo primero tiene que ser así, lo segundo asá, y de ahí se deriva lo tercero y luego lo cuarto; y si no existieran lo primero y lo segundo, pues no tendríamos nunca lo tercero y lo cuarto…”.

Palabras que encierran despiadada burla en contra de la lógica que emplea el filósofo, a quien ataca por su actitud antivitalista que le carcome: “Quien aspira a reconocer y describir alguna cosa viva, busca ante todo desentrañarle el espíritu; luego, ya tiene en su mano las partes y sólo falta, ¡por desgracia!, el lazo espiritual. ‘Enchiresin naturae’ llama a eso la alquimia, se burla de sí misma y no lo nota”.

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