PERSISTENCIA
Nihilismo y psicoanálisis
En su ensayo Nihilismo e inmoralismo, Danilo Cruz Vélez expone con claridad el recorrido del nihilismo a través de la historia: “El término nihilismo, que comienza a usarse a fines del siglo XVIII en la filosofía alemana, se difunde en el siglo XIX a través de la obra de algunos novelistas rusos, sobre todo la de Dostoievski, quien describe impresionantes figuras nihilistas y la atmósfera nihilista que comenzaba a respirarse en su patria. Antes de Nietzsche, sin embargo, el nihilismo corre, sin fuerza y como algo exótico y marginal, al lado de las grandes corrientes de la cultura europea. Nietzsche es el primero que lo coloca en el primer plano de la atención… Por eso se llama a sí mismo ‘el primer nihilista cabal de Europa’. Su nombre está, pues, íntimamente unido al nihilismo…”.
Ahora bien, ¿qué entendemos por nihilismo? Para definirlo mejor se ha de tomar en cuenta —según Cruz Vélez— que hay dos clases de nihilismo: uno teórico y otro práctico.
El nihilismo teórico es aquel que niega el “otro mundo”: el mundo de las ideas platónico, o el “más allá de índole religiosa. Este tiene su origen “cabal” o definitivo en Nietzsche: “El nihilismo radical es… la evidencia de que no tenemos el más mínimo derecho a añadir un más allá o un sí de las cosas, que sea ‘divino’, la moral misma”.
Así, la teoría de los dos mundos desaparece y el mundo ideal o el “otro mundo” “se desenmascara como una ficción”.
Tal desenmascaramiento equivale a que el nihilismo teórico sea radical. (Es preciso aclarar que toda clase de nihilismo se da únicamente en la metafísica).
El nihilismo práctico desemboca en el campo de la moral; surge “cuando las normas que han regido nuestro comportamiento pierden su validez, y ya no sabemos cómo obrar”.
Al desaparecer “el otro mundo”, que encierra la existencia de los dioses, la salvación del alma, la felicidad, la justicia divina; esto es, al desaparecer la metafísica, la moral vigente se pone en duda.
Como consecuencia surge, juntamente con el nihilismo, el inmoralismo o crisis de los valores que se han conservado a través de la historia desde el platonismo hasta fines del siglo XVIII, perpetuándose hasta nuestra era.
También en el inmoralismo tiene Nietzsche papel principal cuando declara: “Yo soy el primer inmoralista”, e inicia, como tarea previa a su filosofía, la destrucción de la moral. (Hasta aquí, los conceptos expuestos por Cruz Vélez).
Pero esta destrucción ha de implicar una construcción. Si los viejos valores morales han caído en el descrédito, han de levantarse nuevos valores que fortalezcan al hombre y le ayuden a soportar y comprender este único mundo pleno de gozos y sufrimientos, de absurdos, contradicciones y muerte.
Si “el otro mundo” se desmorona y con él la moral que prescribía, el ser humano cae, sin remedio, en el inmoralismo y en el nihilismo (del latín “nihil”: nada). Ante esta indudable catástrofe, surgen dos preguntas: ¿cómo soportar la muerte de dios y con ella la esperanza de un “mundo mejor”?, ¿qué leyes o principios de conducta han de regir al humano? Cruz Vélez trata de encontrar un principio ético que sea válido; expone, por tanto, lo siguiente: “Nosotros vivimos, queramos que no, en la época del nihilismo, y sería extemporáneo y extravagante negar su presencia ostensible. Somos nihilistas, si el nihilismo es solamente la negación del ‘otro mundo’ en todas sus formas y máscaras. Somos inmoralistas, si el inmoralismo es solamente la negación de un sistema de normas basado en un ‘deber ser Ideal’ enraizado en las ideas en sí o en los valores en sí, independientes del hombre, divinos, absolutos y universales válidos…”. “De manera —continúa— que si en la época del nihilismo se quiere construir una moral, su fundamento no puede buscarse en un más allá…”, pues este ya no es válido.