Muchos matrimonios dicen: ?Hijos, no, gracias, ni pensarlo?. Al mismo tiempo las personas creen cada vez menos en el amor. El milagro es que se casan.
Las parejas -casadas o no- se mantienen unidas no tanto por el amor sino más bien por necesidades internas y externas, por costumbre o comodidad, por dinero o intereses en común profesionales: él es un carnicero y ella maneja las ventas de las salchichas.
La realidad de la rutina cotidiana acaba con el romanticismo inicial y justamente por ello mismo, Georg Simmel veía en el amor erótico ?la tragedia perfecta?. En algunos amores todo empieza bien y acaba mal. Hace falta el amor, pero hace falta tener más esperanza, confianza y bondad.
Mi gato, Pepito Darlee, se subía a mi mesa-escritorio o se acercaba a mi silla para que lo acariciara, entonces ronroneaba sonoramente. ¿Por qué no ronronea la gente? Así sabríamos si está realmente contenta.
El amor no es legislable, las cosas son como son, y nadie las puede cambiar. El amor es un vínculo trágico. La tragedia suele estar incorporada en el matrimonio y la familia. Cuanto más ansiemos amor y pasión de por vida, cuanto mayores sean nuestras pretensiones de armonía, tanto más infaliblemente previsibles serán los divorcios.
Las guerras matrimoniales se libran dentro de sus propias paredes. La mitad de todos los asesinatos y homicidios ocurren en la relaciones íntimas, aunque sólo una pequeña parte de los matrimonios se divorcia. La pareja se mantiene unida, asume la tragedia del amor, transformándola en la sabia máxima de que nada es perfecto.
Cada vez con más frecuencia, los matrimonios no tienen hijos y es cada vez menor la descendencia. Las sociedades modernas pierden juventud, y con ella su fuerza erótica. Los políticos y economistas deplora ya este descenso de la natalidad, el de los futuros contribuyentes. ¿Quién va a mantener a tanto anciano y anciana robustos en el futuro, cuando, según las últimas estadísticas alemanas, a cada matrimonio sólo corresponde 1.3 hijos.
Los viejos quedarán en los años que se avecinan arrojados a un destino que se reconoce desgraciado en el laberinto de las ciudades sin jóvenes y se transforma la realidad en un dominio del desamparo de la nada.
Familias, cuyos miembros se alejan como si un torbellino las diseminara. Viejos que se quedan como suspendidos en la soledad, durante años y años, en los que ?vivir? no responde a ningún concepto general de la lógica o de la formación de una familia.