Han caído soles y soles, y miles de crepúsculos sobre volcanes azules y montes verdes de Guatemala. A lo largo de todo ese tiempo se han secado sueños y se han multiplicado velorios y entierros.
Años arruinados por revoluciones y contrarrevoluciones, el eco de guerras locales, como la de Honduras contra El Salvador, de Nicaragua contra los sandinistas, Guatemala contra los guerrilleros, con épocas de mandatarios terroríficos y presidentes chusemas. Pero si yo regresara ahora a España, nadie ahí me conocería y mi destino seguiría siendo la soledad, de la que nunca he sabido librarme.
No viví intensamente mi vida, ni de un tirón sino a base de arrancamientos, traslados, rupturas y cambios de continentes. Si me he convertido en una ?celebridad?, no fue por lo que escribo sino por las veces que ha salido una pequeña foto mía junto a mis crónicas en la prensa. Después de correr en diferentes direcciones, viajar, divertirme, lo miro ahora todo como si no hubiera sucedido.
Pasó, pasamos, olvidamos y a ratos recordamos, tratando de barrer el tiempo. Barrer de las superficies de los años el polvo, las cenizas, el lodo, las telarañas y las basuritas de tantas cosas que quedaron abandonadas.
Me muevo, nos movemos, en un mundo peligroso, temiendo siempre el asalto, el atraco en plena calle, el choque, el robo del auto, y así la gente vive irritada, asustada, a punto de estallar o volverse loca. Pasé muchos años deseando que alguien me quisiera, un hombre con ilusiones e ideales, quien sobre todo tuviera gracia y no hiciera un elefante de un mosquito.
Son cosas del querer -mitad memoria, mitad olvido- que aparecen y desaparecen en los recuerdos. Amores platónicos unos, febriles otros, el primer amor en España, en las llanuras de Castilla la Vieja, el siguiente en El Salvador -con planes matrimoniales a corto plazo- con un candidato oficial a la Presidencia, pocos meses después de haber llegado yo a aquel país.
Luego de un par de enamoramientos cordiales en Guatemala, con un hombre ?que era leal pero no era fiel? y otro, que me decía: ?Tú serás la madre de mis hijos?, y ocultó que ya los tenía… Y así no llegó nunca el ?gran amor?, el definitivo, ese amor para siempre, que acaba bien y hasta tal vez se vuelve a vivir en el cielo.
La gente escribe, lee, pinta, hace punto o juega a los naipes e incluso sueña, pero no da con el ?gran amor? sino sólo con lo que se parecía al amor pero era mentira, sexo o interés material. Amores que aparecen y desaparecen en la memoria como fantasmas tragados por el tiempo, en un territorio olvidado, que se disuelve en la nada de un pasado imperfecto, de mi vida sin mí.