Entre horchatas, cafés y más adelante centros culturales y galerías, tuve la oportunidad de conocer a una persona maravillosa y a una artista de grandes vuelos.
Gracias a ella entendí desde otras perspectivas muy distintas a las que proyectan la avariciosa banalidad de las ferias de arte, el camino que recorren artistas que, como Valentina, ya han alcanzado influencia dentro del círculo expositor que frecuenta debido a sus méritos. Fue con ella y su esposo, el grabador Eduardo González Martínez, que me acerqué a una exposición en la Real Academia de San Fernando y conocí a sus condiscípulos y parte de la base que fundamenta su labor.
En su trabajo destaca como primer valor el color. En esta área -matizada por la experiencia de vivir en un país en el que se experimentan las cuatro estaciones puede ser entendida como colorista nata. Yuxtapone, funde, empasta. El color es dinámico, rítmico, casi se podría decir que musical. Las explosiones de amarillos, naranjas y ocres que deberían entrar en contradicción con los azules, verdes y grises se complementan para recrear la propia naturaleza de la artista.
Su variada paleta, rica en contrastes, vibra en sus creaciones denotando una suspicacia especial en la aplicación del pigmento. Se percibe un orden que no se rompe, pero que es controlado de manera intuitiva y que por lo tanto es independiente y personal.
Con la composición sucede otro tanto. La estructura del trabajo que conocí se delimita con color, no con dibujo. Se vale de la pintura para sugerir formas que muchas veces canalizan la imaginación hacia un conjunto. Materializa así un cosmos que puede alcanzar aires de realidad, pero cuya atmósfera provoca evocaciones de un mundo ideal. Un espacio y un lugar en el que no caben los nerviosismos de la globalización. En el que las prisas y la soledad de una sociedad del primer mundo no alcanzan a manipular el ideal de lo que el arte es: libertad, serenidad.
Sus fuentes surgen de la observación un tanto nómada que la lleva a recorrer la península ibérica. Vistas que le proveen de un paisaje variado, marcado por sus diferentes climas y que en su producción alcanza el sentido de nación. Cada pintura, o grabado, perfilan inquietudes que se canalizan con acierto en conjuntos cuyo factor principal se materializa en la experiencia cultural que ha formado a su autora. Su trabajo ha sido seleccionado en innumerables certámenes en España y Francia.
También ha obtenido premios y medallas en concursos regionales como los alcanzados en Beziers (Francia) o Wintentur (Burgos). Asimismo hay que apuntar que su creación la representa en colecciones públicas y privadas en España, Portugal, Suiza, Suecia y Estados Unidos.
En algún momento vendrá a exponer a Guatemala junto a otros creadores de su generación, eso es seguro. Por su presencia, ser una dama y pertenecer al mundo de la plástica como parte integral, va este homenaje.