Vida

TRES PUNTOS… La burra al trigo

¿No será momento de evaluar los criterios postales de El Correo?

En Guatemala todavía suceden cosas como para dar argumento a programas del estilo. Aunque usted no lo Crea. Las acciones, que la mayoría de las veces conmueven al sector artístico, las constituyen actos de una candidez cercana a modelos culturales medievales.

Si bien es cierto que no es obligación de nadie ser experto crítico de arte y por ende conocedor de tendencias artísticas mundiales, sí debería de existir un patrón mínimo de cordura que permitiera que cada profesional realizara su trabajo sin que almas encandiladas metieran la pata. Lo dicho hasta aquí, en referencia al sabroso escándalo provocado por El Correo de Guatemala y la censura a las invitaciones de la primera muestra póstuma de Antonia Matos enviadas por la Fundación para la Cultura Paiz.

¿Porqué razón, hecho o circunstancia fue necesario aplicar una ordenanza de la época dictatorial de Manuel Estrada Cabrera a las invitaciones de Antonia Matos? La respuesta es que los personeros de clasificación de la entidad distribuidora no supieron manejar el contenido intelectual del material, convirtiéndolo en el acto en material pornográfico. Sólo así se explica que haya sido necesario desempolvar un código tan antiguo en detrimento de la creación de la artista (quien por cierto falleció hace más de un lustro).

Nadie pone en tela de juicio la buena intención de esas personas, lo que pasa es que los resultados de su acción resaltan lo frágil que es el sistema y la intolerancia que domina al producto de los que hacen arte. En este caso el desquiciamiento de los valores está censurando las mismas pinturas que fueron vetadas 68 años atrás por los que vendrían a ser los equivalentes contemporáneos de sus abuelos.

Utilizando -¡en el presente!- argumentos caducos, poco profundos y en conflicto con la libre expresión del pensamiento. Características que se identifican con claridad en las épocas en las que se promulgó el vetusto código de El Correo (1904) y durante el gobierno de Jorge Ubico Castañeda (1931-1944), cuando la presión de la sociedad culta del país acciona para que, la en aquel entonces joven artista, no vuelva a exhibir jamás su obra.

Independiente a lo escandaloso que pueda padecer el enfrentarse al cuerpo humano desnudo, el trabajo de Antonia Matos guarda características que se alejan de la intención pornográfica y el realismo anatómico del presente. Con veracidad recreó la tersura de la piel, sus distintos matices, colores. Con sentido individual, en la composición captó elementos del cuerpo humano para conferir a sus retratados dignidad, belleza. No importaba si el modelo (hombre o mujer) fuera joven, maduro e incluso anciano.

El hecho, un tanto ridículo si se quiere, ha servido para condimentar la reciente exposición de la connotada creadora. Ha llevado a un primer plano la vigencia de sus tecnologías artísticas y principalmente, convocar la atención de un público deseoso de conocer el porqué de la censura, que por estas fechas, ya está llegando a sus setenta años. Tal y como se anotó unos párrafos atrás, los empleados de El Correo hicieron lo que consideraron su deber porque de otro modo algún superior inspirado probablemente los hubiera acusado de desacato. ¿No será el momento de evaluar los criterios postales de El Correo?

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