?Siempre hay clientes a quienes les gusta el buen vestir y que quieren un traje hecho a la medida y de calidad?, dice Manolo Villatoro, quien labora en una sastrería ubicada en el pasaje Aycinena, en la zona 1.
Sin dejar de planchar un pantalón recién elaborado, Villatoro explica con orgullo que Trajes Manolo, donde trabaja desde hace más de 30 años, es la más antigua de la ciudad, porque tiene 104 años.
Un arte especial
Sin importar los años que lleven trabajando, la mayoría coincide en que el oficio de confeccionar prendas de vestir es una habilidad que pocos poseen.
Según Manuel Alvarado, con 15 años de dedicarse a ese oficio, ser sastre es más que una fuente de ingresos: es un arte.
?No todos pueden hacerlo. La elaboración de cada pieza es como artesanía única. Se requiere de paciencia, estilo y experiencia para tallar adecuadamente?, añade.
Para ellos, la mayor satisfacción de un sastre es la sonrisa de un cliente satisfecho.
Con el paso del tiempo esta recompensa ha tenido mayor importancia, pues la mayoría opta por comprar un traje en un centro comercial, tiendas de vestir o, en los últimos diez años, en pacas.
Poca demanda
?Esas ventas -refiriéndose a las pacas- nos han dejado sin trabajo, porque ahora se consiguen trajes muy baratos?, coinciden.
Cada día son menos quienes prefieren tocar las puertas de una sastrería para hacer un traje completo, señala José Luis Orozco, quien tiene más de 30 años de ser sastre y labora en Confecciones Bravo, en la zona 1 capitalina.
?La crisis económica ha provocado que cada día sean menos los encargos?, cuenta Orozco, quien recuerda que hace 10 años recibían pedidos de fin de año desde septiembre y trabajaban horas extras hasta diciembre.
?Antes, velábamos casi toda la noche por exceso de trabajo; no alcanzaba el día para terminar?, agrega Abel Paredes, con 35 años como confeccionista.
?Navidad y Semana Santa eran buenas temporadas; siempre teníamos mucho trabajo?, recuerda Paredes.
Nuevas generaciones
A pesar de la disminución de encargos, en las sastrerías también se puede ver a nuevas generaciones, quienes aprenden el oficio.
Ese es el caso de Rudy Ottoniel Fuentes, quien a sus 33 años tiene 4 años de estar aprendiendo a coser.
?Me gusta confeccionar, por ello estoy aquí?, dice sonriendo, al explicar que para cumplir su sueño de inaugurar una sastrería recibe cursos en el Instituto Técnico de Capacitación, Intecap.
Pese a la modernización y la caída de los precios en los almacenes, los sastres se sienten satisfechos porque saben que aún tienen muchos trajes por confeccionar.
El costo a través de los años
En comparación con años anteriores, los artículos que utilizan los sastres han aumentado de precio, así como el de los trajes.
Los conos de hilo que antes costaban 5 centavos ahora cuestan Q3. Los conos grandes eran a Q1.50; ahora son a Q8 y Q9.
El juego de seis botones para traje costaban ocho centavos; ahora, tiene un valor de Q1.60.
Antes, una yarda de tela costaba Q8 ó Q10; ahora, de Q35 a Q80, dependiendo la calidad.
En los años 60, la hechura de un traje costaba menos de Q30. El precio fue aumentando hasta llegar a la década de los ochenta, cuando costaba Q150. Ahora, mandar a hacer un traje puede costar de Q400 a Q600, dependiendo la sastrería. La confección de un pantalón cuesta de Q50 a Q90.
Hace 15 años, a un aprendiz de sastre le pagaban Q5 a Q10 por prenda; en la actualidad, recibe entre Q27 y Q35 por pieza terminada.