Cabildo abiertoDaniel Ortega: el tótem sandinista
De las derrotas se puede aprender mucho, si no se actúa con soberbia. No parece ser ésta la reacción del Frente Sandinista de Liberación Nacional -FSLN- después del tercer revés electoral que le ha propinado el electorado nicaragüense, pues sigue empecinado en rendirle culto a un líder más polémico que carismático.
El fracaso comicial sandinista tiene nombre y apellido: Daniel Ortega Saavedra; el mismo patronímico que el del dueño del partido, en torno al cual se anquilosó una de las formaciones políticas más dinámicas de Latinoamérica.
Durante la lucha armada contra el régimen somocista, el FSLN supo superar la muerte de casi todos sus fundadores y dirigentes, constituyendo una dirección colegiada entre pares, que contrastaba con el caudillismo que imperaba en las otras organizaciones revolucionarias del continente.
Sin embargo, después de la conquista sandinista del poder, el Estado se equiparó al partido, y éste a Daniel Ortega -presidente de la República y Secretario General del FSLN-, quien se convirtió en un tótem, en el emblema de una tribu que terminó apropiándose de la cosa pública, a la usanza de Somoza, invalidando por la vía de la corrupción todos los logros sociales, económicos y políticos conquistados con el sacrificio y el concurso del pueblo nicaragüense.
Así, como la serpiente que se muerde la cola, la revolución se derrotó a sí misma, con ayuda de la Contra y el Pentágono.
El caudillismo cerró la posibilidad del debate al interior del FSLN, por lo que el tránsito de organización guerrillera a partido electoral no se dio sobre la base de una redefinición programática, sino que respondió a la necesidad de promocionar a Ortega en las elecciones de 1984 y las de 1990, lo que provocó el fraccionamiento del sandinismo histórico, cuya identidad se perdió progresivamente, en aras del discurso de un candidato perdedor.
Sin embargo, hay que reconocer que los caciques no se hacen solos, son erigidos por el atraso político y la obsecuencia de sus seguidores, de la misma manera que los pueblos primitivos talan el árbol, tallan en él un tótem y luego lo deifican, olvidando que ellos mismos lo fabricaron.
Ortega personificó el poder, el partido y la corrupción, y ya erigido en patriarca, decidió ejercer la función de macho cabrío, abusando sexualmente, por décadas, de su hijastra Zoilamérica Narváez, cuyos reclamos de justicia fueron desechados por los tribunales de Nicaragua, gracias a la influencia del Presidente Alemán y porque el victimario se amparó en el fuero legislativo del que goza por ser diputado.
Con tales antecedentes, el FSLN volvió a empecinarse, este año, en promover la candidatura de Daniel Ortega, y aún hay quienes se preguntan por qué perdieron las elecciones.
En este contexto, parecen premonitorias las reflexiones que Augusto César Sandino legó a sus seguidores: ?Si alguna vez yo cometiera, porque soy humano, un error para la causa que defendemos, lo haría involuntariamente, nunca con malicia, como hacen los corrompidos políticos de oficio?.
Durante su última y fracasada campaña, Ortega cambió los tradicionales colores rojo y negro de su partido por el rosado, y su discurso hizo juego con la imagen light que pretendía irradiar, abandonando el programa sandinista, dejando a su base electoral histórica sin bandera y sin ideario, condenada a votar por un candidato que encarna la antítesis de aquél FSLN que derrotó a Somoza.
Muy lejos está Daniel Ortega de ser el heredero del General de hombres libres, a quien Gregorio Selser, uno de sus mejores biógrafos, retrata magistralmente: ?Hombres como Sandino reconcilian a los esclavos con la esperanza, a los oprimidos con el destino. Hombres así señalan los derroteros, inclinan en su favor las batallas más arduas y acorazan físicamente hasta al más endeble. El héroe tiene su significado más cabal cuando está referido a hombres como Sandino?.
– – – – – – – – – – –
En mi anterior artículo, involuntariamente, me equivoqué al consignar el nombre de uno de los autores del informe ?Pueblos Indígenas y Pobreza?, de FLACSO. Ofrezco mis disculpas al economista Pavel Centeno y a los lectores.