Varios familiares entrevistados frente al salón Chiromo de la Universidad de Nairobi hablaron con tristeza de sus seres queridos, a veces en los mismos términos —humilde, devoto, estudioso, un modelo para los demás— al describir a los jóvenes que se esforzaban por forjarse una carrera, viajaban largas horas en autobús a Garissa para aprovechar las oportunidades educativas.
Bryson Mwakuleghwa, era un futbolista combativo y un tecladista con “dedos de oro”, empeñado en salir adelante en la vida, dijo un guardián, pero, el estudiante de 21 años en la Universidad Garissa de Kenia, no tuvo la oportunidad de concretar sus sueños.
Mwakuleghwa es una de las 148 personas muertas el jueves de la semana pasada por extremistas islámicos en la universidad situada cerca de la frontera con Somalia, donde tiene su sede el grupo extremista Al Shabab.
“Conocí a Bryson como un joven que creció en la iglesia” y cantaba en el coro, dijo su guardián, Ginton Mwachofi.
Su muerte causó consternación en Taita-Taveta, la zona costera donde creció, dijo Mwachofi.
“Fue un golpe fuerte para la gente de Taita-Taveta porque no tenemos gente suficiente en la universidad”, dijo el guardián, que también es entrenador de fútbol. “No pueden creer que Bryson ha muerto”.
Mwakuleghwa, que estudiaba educación, era un estoico que rara vez dejaba traslucir felicidad o tristeza, hambre o sed, dijo Mwachofi.
Cuatro pistoleros murieron en el ataque del jueves cuando las fuerzas de seguridad entraron a la ciudad universitaria para detener la masacre. Los milicianos dijeron que buscaban a los cristianos y perdonarían la vida a musulmanes y mujeres, aunque abundan los testimonios de disparos indiscriminados.
“Mi sobrina era una buena chica”
Virginia Simiyu, que tenía 24 años, era una corredora de larga distancia en su equipo del colegio secundario, dirigía un grupo cristiano en Garissa y era “una buena chica”, dijo su tía, Phyllis Wabuke.
Estudiante de “gerencia de recursos humanos”, era un modelo para sus tres hermanos menores y había prometido a su madre que ayudaría a sacar a la familia de la pobreza cuando consiguiera trabajo, dijo Wabuke.
“Mamá, te construiré una casa” ’, dijo Simiyu a su madre, según Wabuke. La madre de Simiyu está “destruida” por el dolor, dijo Wabuke. Tienen que atarla con cuerdas para controlar su histeria y recibe ayuda profesional, añadió.
víctimas mortales, fue la cauda del ataque en Kenia.
Algunos estudiantes provenían de regiones pobres en donde, con mucho esfuerzo, sus familias pudieron darle pagarle sus estudios, otros debían viajar por largo tiempo en autubús o a pie debido a que carecían de transporte propio.
Soñaba con ser economista
Otra víctima de 21 años, Romana Chelagat Sambu, estudiaba comercio en la universidad de Garissa y “tenía una visión de finalizar su educación”, dijo su tío, David Tomno Ngetich.
Sambu era persistente, soportaba las penurias y “sabía hablar con la gente” sobre la responsabilidad y la fe cristiana.
La última vez que Ngetich vio a su sobrina fue unos meses antes en Nairobi, antes de que partiera a Garissa a reanudar sus estudios. Su esposa, dijo, advirtió que ella calzaba unas sandalias bonitas y le pidió que le trajera un par similar al regresar de Garissa.
A pesar de algunos gritos y desmayos, reinaba una relativa calma frente al salón donde la gente aguardaba turno para entrar, de pie o sentados en sillas de plástico.
“Si hay alguien que no ha pasado por la identificación, por favor preséntese”, dijo una voz por un parlante. La brisa transportaba el olor penetrante de los cadáveres y algunos llevaban tapabocas para defenderse del olor.
Mwachofi vio por última vez a Bryson, el joven pianista de los “dedos de oro”, en Navidad. “Prometió que tendría éxito, que haría todo lo posible para tener éxito en la vida”, dijo el guardián.
La masacre ocurrida la semana pasada en Garissa aniquiló los sueños de 148 universitarios. Muchos en la región temen volver a soñar porque con las milicias extremistas tan cerca de ellos el terror puede regresar en cualquier momento.