“The Eye That Saw Death” (El ojo que vio la muerte) de Williams, publicado en la edición de primavera de la revista The Strand, es un febril relato de terror de 4.800 palabras claramente inspirado en el patrocinador del género.
Recientemente desenterrado por el editor en jefe de Strand, Andrew F. Gulli, el cuento es narrado por un hombre anónimo al que una enfermedad incurable habría dejado casi ciego.
A sus 30 años, recibe un trasplante de ojo que le devuelve la vista pero lo deja con macabros efectos secundarios.
Lo afligen visiones que comienzan con una “borrosidad caótica” que se vuelve más nítida y traumatizante, al ver cosas como “enormes ojos negros saltones” o “ terribles dientes afilados”.
“Es verdad que los placeres de ser ciego son pocos y frugales”, escribe Williams.
“Viven fuera del mundo y participan poco en sus asuntos. Pero no lamento la decisión que tomé el día que caí al suelo en el consultorio del oculista, desvariando como loco de terror. íOh, jamás! íMucho mejor ser ciego que ver con el ojo que vio la muerte!”.
El nuevo ojo, resulta, era de un asesino condenado. El narrador ruega porque la cirugía sea revertida.
Gulli, quien había publicado trabajos poco conocidos de Graham Greene y John Steinbeck, entre otros, encontró “The Eye That Saw Death” en uno de los principales archivos literarios del país, el Centro Harry Ransom de la Universidad de Texas en Austin.
George Crandell, estudioso de Williams, dijo que el relato sin fecha es un “cuento muy bueno” y sorprendentemente pulido para ser una pieza nunca antes publicada. Está especialmente impresionado porque piensa que Williams lo habría escrito cuando estaba en la escuela secundaria.
“El cuento se siente similar a La venganza de Nitocris’, el tipo de cuento de terror publicado en Weird Tales en 1928 (cuando Williams tenía 16 años)”, dijo Crandell, subdecano de posgrado de la Universidad de Auburn y miembro de la junta editorial de la publicación literaria Tennessee Williams Annual Review.
“The Eye That Saw Death” tiene una calidad de fábula aun cuando su trama recuerda a “El corazón delator” de Poe.
Se lee como una inversión de mitología griega, en la que los ciegos no son profetas ni sabios sino quienes realmente no ven — o como una alegoría a la expresión creativa, cuando el artista es literalmente torturado por su visión.
Williams tenía buenas razones para preocuparse por su vista. Veía mal por el ojo izquierdo y tuvo que someterse a cuatro operaciones de cataratas, una de las cuales describe en “Memorias”, publicado en 1975.
En un escenario gracioso pero inquietante que su cuento corto pareció anticipar, el escritor recuerda haber aceptado que un médico lo operara sin cobrarle, a cambio de que permita que estudiantes de oftalmología presenciaran la cirugía en una clase.
“El paciente está ahora en posición, apliquen las correas", Williams recuerda vagamente oír decir al médico. “Más duro, más duro, él tiene un historial de vomitar durante las cirugías.
Párpados seguros para que no pestañeen, pupilas ahora anestesiadas. La aguja está a punto de penetrar el iris. Ahora está dentro del iris. Ahora ha penetrado el lente. Ay, no, vomitando, enfermera, asfixiándose, tubo en el esófago. Dios mío, qué paciente. Quiero decir, muy bueno, por supuesto, pero un caso inusual” .