CON OTRA MIRADA
Clima, tiempo, vida
En el principio el hombre, al igual que otros animales, fue regido por el clima, pues de eso dependió su subsistencia. Primero fue de la caza y la recolección de frutos que le obligaron a migrar periódicamente. Más adelante fue del producto de su trabajo, al domesticar animales, reproducir plantas y otras especies que le permitieron permanecer en un lugar.
Para quienes gozamos del privilegio de habitar la franja tropical del planeta, las estaciones pasan desapercibidas, no así sus efectos, que son determinantes para la producción de alimentos. Para los hemisferios norte y sur las cosas son diferentes. El clima de cada estación y sus características marcan la cadencia de la vida y sus actividades deben seguirse con rigor, pues de eso depende la sobrevivencia. La vida en el área rural es diferente a la urbana; aquella es autosostenible, en tanto que esta depende de la producción del campo.
En general, la actividad en las urbes está determinada por otros factores, además del clima. Ante la especialización del trabajo como consecuencia de la revolución industrial, surgieron actividades que la distinguen y hacen de la cotidianidad algo más agradable. Como ejemplo está el desarrollo de la creatividad artística, el acceso a servicios, plazas y parques como lugares de encuentro y junto a estos, la posibilidad de disfrutar del ocio, como una conquista laboral.
Con cada estación, la humanidad ha celebrado una nueva etapa: el inicio de la siembra, luego la cosecha; la fertilidad que da paso a la época de caza; el otoño y la preparación de alimentos conservados que permitirán superar el invierno, para luego empezar a sentir el cosquilleo de los primeros albores de la primavera que permitirán empezar un nuevo ciclo con fuerzas renovadas.
Esa secuencia ofrece a quienes habitan en esos hemisferios tener plena conciencia del paso del tiempo y, con este, el de la vida misma, que viene celebrada, por ejemplo, con la moda determinada en el vestir por el clima de cada estación que, como sabemos, ha llegado a límites que rayan en lo absurdo, pero que la veleidad humana, urbana, por supuesto, no deja de alabar.
En tanto, para quienes habitamos el paraíso terrenal, sabemos que para fin de año hace frío y que este puede durar hasta los primeros días de marzo. La floración de las jacarandas, el olor del corozo y el enigmático sonido de una chirimía acompañada del tun en el atrio de una iglesia anuncian, sin lugar a equívoco, que llegó la Cuaresma y poco después la Semana Santa con su sofocante calor. Época en que se da una inusual explosión de olores y sabores; alfombras de serrín multicolor, como la mismísima naturaleza, que junto a los sempiternos güipiles de las mujeres descendientes de la cultura maya, invaden de gloria el ambiente.
En apenas tres meses pasamos del frío al calor, para de pronto estar bajo los aguaceros que durarán seis meses. De la vestimenta ni qué hablar: una camiseta, una chaqueta extra y un paraguas bastarán. Mientas tanto, si de hacer cuentas se trata, recordamos que de la última vez que las hicimos para ahora, pasaron 20 años, así nomás, de sopetón y porrazo.
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