CATALEJO
Consideraciones sobre robos de arte
AGOBIADOS POR LA vorágine de los delitos y crímenes ocurridos y descubiertos en Guatemala, no fue considerado en su verdadera magnitud como crimen cultural el robo de los cuadros del eminente pintor antigüeño Tomás de Merlo, el mejor exponente de la pintura guatemalteca del siglo XVIII, hijo del pintor Thomás de Merlo y hermano del también pintor Pedro Francisco de Merlo. Sus obras constituyen una prueba palpable del avance artístico de la época, evidentemente relacionada con temas religiosos católicos. La semana pasada fueron capturados tres hombres, acusados de ser los autores del robo, y por ello el tema de los crímenes culturales ha vuelto a aparecer en el extenso horizonte de los graves problemas del país.
EL PILLAJE DE las obras de arte guatemaltecas tiene larga data. De hecho, alcanza también la etapa de la cultura maya, no solamente la época colonial. Muchas de ellas, por ser imágenes religiosas, se encuentran en las iglesias católicas del altiplano guatemalteco y, en menor cantidad, pero similar importancia, en los templos históricos de la capital y de las cabeceras. De hecho, están desprotegidas y la imposibilidad de mantener vigilantes —algún sacristán, al menos— más la escasa capacidad de las autoridades para investigar este tipo de delitos, pone en serio peligro el arte religioso histórico guatemalteco, algunas veces destruido o vendido cuando quienes heredaron piezas centenarias se deshacen de ellas al abandonar el catolicismo.
EL ROBO DE OBRAS artísticas constituye un lucrativo negocio en el mundo entero. En los países del Primer Mundo, esos ladrones no corresponden a la tradicional imagen de quienes roban. Son gente bien vestida, muchas veces de amplia cultura, cuyos clientes dejaron de ser los museos, debido a las prohibiciones en las leyes internacionales para comprar cualquier pieza. Por ello han sido famosos los casos de devoluciones de piezas artísticas evidentemente robadas. La clientela de los ladrones es ahora casi toda de coleccionistas privados, deseosos de tener exclusividad en la admiración de alguna obra, por la cual pagan sumas a veces francamente exorbitantes. Por esa causa algunas obras de arte tienen protección electrónica de primer orden.
EXISTE TAMBIÉN EL ladrón burdo, inculto, para quien esa obra es simplemente una forma de agenciarse dinero. A diferencia de los ladrones “respetuosos”, la obra está en peligro. Los patanes pueden destruirla para eliminar evidencia, o partirla en pedazos para obtener más dinero al venderla a compradores igualmente patanes. Otras veces, el fanatismo religioso es enemigo del arte: el último de los ejemplos es la destrucción de estatuas milenarias por los energúmenos yijadistas. La guerra también es fuente de horrores culturales, como cuando los aviones aliados destruyeron en Italia el Monte Casino, donde se parapetaban tropas alemanas. Algunos militares también cuestionaban arriesgar la vida de soldados para proteger el arte.
LA OBRA ARTÍSTICA ES parte de la cultura de toda nación. Su calidad de irrepetible, porque responde a una etapa histórica específica imposible de vivir de nuevo. La captura de los acusados de robar las seis obras de Merlo debe iniciar un juicio único en la historia judicial del país, y una investigación de cómo se fraguó el delito cultural y quiénes estuvieron implicados, incluyendo el personal de la iglesia del Calvario. Es un alivio saber de la posibilidad de conocer dónde se encuentran hoy en día las obras, cómo y por qué llegaron hasta allí. Descubrir todo le daría buen nombre en el extranjero a las autoridades gubernativas guatemaltecas y le permitiría a los guatemaltecos y turistas visitantes de Antigua recrearse en la belleza de los cuadros.