Hagamos cuentas
Uno de tantos casos inexplicables que nos confunden mucho cuando queremos que nos salgan las cuentas.
El Tribunal Supremo Electoral de Guatemala fijó ya el techo electoral para cada partido político en contienda: Q57 millones, y anunció al mismo tiempo que hay 10 partidos legalmente inscritos para participar en las elecciones de este año. Durante seis meses el Estado gastará Q570 millones en apoyar la causa política, a un promedio diario de Q3.2 millones. Caros nos salen la política y los políticos a quienes contribuimos a pagar la campaña (y luego sus salarios).
Los únicos beneficiados con la campaña son los partidos (más unos que otros porque quien tiene más saliva traga más pinole), las agencias de publicidad, los consorcios de la comunicación o los dueños de vallas y muppies. Ah, y las urracas de siempre, que van por su irreductible 20 por ciento.
El resto terminamos empachados y, encima, esquilmados. Llegamos al punto de la náusea luego de tanto discurso en boca de ignorantes o fariseos. Y luego, los daños colaterales que genera el paso de esta clase política por el poder, son cuantiosos. Y caros le terminan saliendo también a los financistas de campaña (la otra parte imprescindible en el dúo dinámico del clientelismo y la corrupción), porque de todas maneras se dan cuenta al final que, cuando se financia a mercenarios para que velen por sus intereses, estos terminan invariablemente independizándose de sus mecenas, hasta volverse sicarios que por mano propia roban, matan o abusan con tal de defender lo que ya consideran de ellos.
Las cuentas en Guatemala no salen. Ni siquiera tenemos la certeza de dónde saldrá el dinero para ejecutar el polémico presupuesto 2015, oscuro pacto aprobado en calidad de urgencia en el Legislativo, a espaldas de la ciudadanía. Y lo que en realidad quería decir es que, luego de hacer las cuentas, una y otra vez, la mayor parte de la niñez guatemalteca lleva las de perder. Quisiera hablar en términos más profesionales de democracia plena, de representatividad de la clase política, de un Estado transparente, de justicia social y de un futuro prometedor. Pero los balances entre el haber y el deber sitúan a la niñez en la columna escrita en rojo, y eso no hace sino recordarnos una de tantas deudas históricas.
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