Revista D

Historias de feriantes

Miles de guatemaltecos se ganan la vida en las ferias, un negocio informal de larga tradición familiar.

Floridalma García vende garnachas desde  muy pequeña. (Foto Prensa Libre: Carlos Ventura)

Floridalma García vende garnachas desde muy pequeña. (Foto Prensa Libre: Carlos Ventura)

El trabajo es arduo los días previos a la feria de Independencia en Quetzaltenango. Algunos jóvenes acarrean tablas, otros colocan parales o descargan bultos de los vehículos, mientras algunas señoras encienden fogones para cocinar el almuerzo. Por la tarde cae la lluvia y baja la temperatura, pero el trabajo no para porque decenas de empleados de los juegos mecánicos mueven maquinaria pesada. Unos, no obstante, se resguardan de la lluvia, pero de inmediato son obligados a continuar.
A la mañana siguiente, ciertos locales, los que ya tienen paredes y techo, son pintados. Se instalan las luces, se pegan letreros. Los más atrasados son los que tienen a su cargo los carruseles, pero poco a poco todo va tomando forma.
Una fiesta más

Cual ejército de hormigas, cerca de mil 500 vendedores trabajan largas jornadas para tener listos los locales de Xelafer, una de las actividades más importantes de la conmemoración de la Independencia, en Quetzaltenango, que se celebra del 12 al 21 de septiembre.Es una de las ferias más populares del país. Para la municipalidad altense significa, además, Q1.9 millones por el alquiler de los espacios, informa Carlos Illescas, presidente de la comisión de organización de la feria de Quetzaltenango. Aunque no existen cálculos de cuánta actividad económica se produce, sus comerciantes coinciden en que es en este lugar donde mejor les va.

Herencia familiar
Se sabe que hay más ferias que municipios, pero ya se perdió la cuenta. Lo cierto es que miles de familias han construido toda una vida alrededor de estas. Como se suele decir: “andan de feria en feria”.

Luis Castellanos, presidente de la Asociación de Comerciantes de Feria (Acofegua), estima que unas cinco mil familias manejan hoy los negocios que han heredado de padres y abuelos, continuando así una tradición de más de dos siglos.

La referencia más antigua de estas instalaciones recreativas en Guatemala se remonta a 1804, con la inauguración del pueblo de Jocotenango, en la capital, según lo documentó el cronista de ferias Carlos Bailón (qepd). Mientras que en 1884 se registra la feria de Quetzaltenango, cerca del monumento a la Marimba, según el sitio xelafer.net.

Como techo una champa

Más de 50 años de trabajar en las ferias le han permitido a don Regino Quim, de 66 años, conocer cada rincón del país. “He recorrido los 22 departamentos con sus municipios. De sur a norte, de frontera a frontera”, asegura. “Todavía estamos luchando. Sacrificamos los 365 días del año bajo el sol, la lluvia y el frío”, comenta.
Quim es originario de San Cristóbal Totonicapán y ofrece en cada feria comida típica, en su restaurante “Manuela”.
Las mesas de su local son sencillas, están hechas con tablones, sobre los cuales coloca plástico. Aquella tarde, él y dos empleadas juntaron fuego para calentarse un poco.
Don Regino pertenece a la tercera generación de trabajadores de feria. Cuenta que desde que tenía 10 años se involucró en el negocio. Al principio vendía juguetes, pero se quedó con el puesto que les dejó su suegra y que ya tiene 35 años de administrarlo. Hoy ofrece recados de chompipe, de res, de pollo y churrascos.
Estos años de jornadas largas fuera de casa le han permitido sacar adelante a la familia. Por eso no le importa dormir en el mismo local donde trabaja, sufrir las inclemencias del tiempo, bañase a guacalazos, aunque esté enfermo, o pagar Q2 cada vez que quiere hacer uso de los servicios sanitarios.
También elabora artesanías, pero su corazón está en las ferias. Así ha crecido y así quiere terminar sus días, refiere.

Con la casa a cuestas

Similar sentimiento comparte Floridalma García, de 61 años, pues andar con los enseres a cuestas es ya una costumbre. Esta mujer regordeta es tan platicadora como trabajadora. Es dueña de la garnachería “Flory”.
Originaria de Tecún Umán, San Marcos, ha recorrido el país con cada feria. “Estuvimos en Santa Rosa, luego en la feria de la Asunción; hoy, acá en Xela, y después nos vamos a Totonicapán”, cuenta García, mientras corta por la mitad cientos de tortillas de maíz junto a cuatro empleados. “Las partimos por la mitad, para que al freírla se aguacale, así le cabe más carne, salen crujientes y no aceitosas”, explica.
Para que el negocio funcione “acarrea” de todo: platos, ollas, muebles y hasta espejos. “Ya no paso penas, cuenta, pues he aprendido a trasladarme con mejores comodidades. Hasta baño y regadera tengo en mi local”, comparte. Cuenta que cuando sus hijas eran pequeñas las dejaba encargadas con una señora de confianza, quien se las cuidaba. “Entre una feria y otra llegaba a dejar el gasto de la casa, llenaba la refrigeradora y volvía al trabajo”, recuerda.

Cuatro generaciones

Un denominador común de los comerciantes de feria es que se dedican a este oficio porque fue heredado por sus padres. Pero muchos temen que sus hijos, la cuarta generación, ya no sigan con la tradición, pues la mayoría tuvo acceso a una educación superior y tienen otros objetivos en su vida. No obstante, hay quienes, aunque son universitarios, quieren continuar con este oficio.

Julio César Rojas, de 20 años, es uno de ellos. Ordena el puesto de dulces típicos y recuerditos en uno de los locales de la feria, en tanto sus padres dan los últimos toques a los dulces en miel que llevarán en un par de días.
Estudia primer año de Diseño Gráfico y en sus ratos libres ayuda a sus papás con las ventas, una tradición que empezó con sus abuelos.
Recuerda que su vida escolar transcurrió visitando ferias, en busca de sus padres, cada fin de semana. Aunque no a todos sus hermanos les interesa.
Floridalma García, en cambio, tiene sentimientos encontrados. Cuenta con orgullo que tres de sus cuatro hijas son profesionales, pero al mismo tiempo se lamenta de que a ninguna le interesa el negocio. Ha visto cómo pasa el tiempo y no sabe qué pasará con el mismo, el cual ha sabido hacer crecer a fuerza de trabajo.
Con lágrimas confiesa que es analfabeta. Con la ayuda de su esposo ha aprendido a hacer cuentas, dirigir empleados y ganarse la reputación de sus clientes, que la visitan año con año para comer sus garnachas.

La misma situación afronta Luis Castellanos, quien mantiene una tradición de 65 años en el juego de la lotería, pero lamenta que sus hijos no se involucren en el negocio.

¿Nómadas?

El historiador Aníbal Chajón afirma que en los últimos 30 años la dinámica de quienes trabajan en ferias ha cambiado de una vida nómada al sedentarismo. El transporte les ha facilitado a muchos tener una residencia y educar a sus hijos.
El nomadismo, según Chajón, desapareció con la implementación de la cédula de vecindad, en la cual se requería una residencia fija, durante el gobierno del general Jorge Ubico (1931-1944). Otra de las normas que instituyó el entonces presidente fue que las ferias favorecieran el comercio local.
“Pero esto no les resultó nada atractivo, pues la gente no iba a tener un carrusel parado durante 11 meses. La idea era ponerlo a trabajar en las distintas festividades del año”, comenta Chajón. Finalmente Ubico no pudo cambiar esta costumbre, aunque sí motivó a que los feriantes tuvieran una base de operaciones.
Para Castellanos resulta difícil establecer qué tipo de vida llevan sus agremiados. La mayoría continúa con una vida nómada. “Muchos rentan casa y quizá la otra mitad tendrá la propia”, dice.
Recuerda que su padre andaba de una feria en otra. Él prefiere quedarse más tiempo en la capital y solo cubrir la ruta de las festividades en el suroccidente, con el afán de no competir unos con otros.

Buenos y malos ingresos

Las jornadas de trabajo también se compensan con la libertad que sienten los feriantes de no tener un horario fijo.
“El horario de oficina es ser uno esclavo. Aquí, uno es dueño de su tiempo, no está acostumbrado a que lo manden”, expresa María del Carmen Velásquez, 38, quien tiene una venta de licor y churrascos en la feria de Xela. No deja pasar un grupo de potenciales clientes sin un atractivo: “Hola, mis amores, pasen adelante”, les dice.

Chajón opina que esa libertad es un gusto que comparten los trabajadores informales. “Pobres ustedes, que tienen horario”, era una de sus expresiones que recuerda el historiador cuando llegaban a la antigua farmacia de la familia. “Esa sensación de libertad, de no tener que dar cuentas a un jefe, la valoran”, refiere.

El que todos lleven una vida precaria también es un mito. Hay quienes ganan poco y quienes perciben excelentes ingresos.

El dueño de los juegos mecánicos Play Land Park, por ejemplo, tiene 40 empleados centroamericanos que viajan de un punto a otro de la región. Carlos Flores, gerente administrativo, supervisa que los 18 juegos estén instalados con las medidas de seguridad respectivas. “La empresa tiene unos 50 años. Yo tengo 22 de estar en el negocio. De aquí nos vamos al Campo Marte, en la capital, y luego al Parque de la Industria”, comenta Flores. Los colaboradores se movilizan en furgones, que también hacen las veces de los antiguos carros gitanos.

“Unas veces nos va bien; otras, mal, pero se mantiene el nivel. Por ejemplo, un día el trabajador no tiene para comer y el domingo ya tiene. Es un negocio bendecido que en un fin de semana es posible recuperarse”, sostiene Castellanos.
Puesto que sus ingresos son irregulares y muchos no tienen una residencia fija, no son sujetos de créditos financieros, comenta el presidente de Acofegua, quien acoge a 500 afiliados a escala nacional; la mayoría, capitalinos.

Organización

El futuro de las ferias enfrenta nuevos derroteros. Según Castellanos, algunas se han perdido, como las de la Palmita y San Pedrito, zona 5, por la falta de espacios. Al mismo tiempo intentan recuperar otras como la de La Florida, zona 19. En la capital se han diversificado, además, con las miniferias, que ofrecen un sinfín de diversión y actividades.Castellanos asegura que las ferias son como el tamal: no van a desaparecer, pero está consciente de que deben organizarse mejor, y para eso es la asociación.”Creemos que debe existir una coordinación para la autorización de ferias. No se trata de que solo sea entregar los puestos. Se deben crear más comités u organizaciones”, afirma. Eso, para él, garantizaría mayor seguridad a los visitantes y comerciantes.
Carlos Illescas considera que Xelafer ha decaído en los últimos años. “Antes eran salones con exposiciones; ahora son solo galeras con ventas de artículos chinos”, dice. De esa cuenta busca devolverle al evento el brillo internacional, con una propuesta que integre su organización entre la Municipalidad, la Cámara de Industria y Mesa Económica de Quetzaltenango.
La diversión empieza. Largas jornadas de trabajo que tampoco son impedimento para ganarse unos billetes, y si les va bien, encontrar tiempo para el amor. Como bien dice el dicho: “Cada quien habla como le va en la feria”.

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