Esta corteza además está dividida en fragmentos o placas, que se mueven continuamente flotando sobre el manto de un modo parecido a como lo harían placas de hielo en el mar. Las distintas placas chocan entre sí, se superponen unas a otras, se juntan, se separan y van modelando, a lo largo del tiempo, las formas de los continentes en un proceso de movimiento contínuo que la ciencia ha denominado Tectónica de Placas.
Sin embargo, las cosas no siempre fueron así en nuestro mundo. Hubo un tiempo, hace varios miles de millones de años, en el que los continentes no se movían en absoluto. Y los científicos se preguntan desde hace casi un siglo qué tipo de fenómeno pudo poner, en algún momento del pasado, este gigantesco motor en marcha. Ahora, un grupo de investigadores de la Universidad de Sidney cree haber resuelto el misterio, y ha publicado sus conclusiones en la revista Nature.
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“La Tierra es el único planeta de nuestro Sistema Solar en el que se da el proceso de la Tectónica de Placas”, explica Patrice Rey, autor principal del estudio. Pero el registro geológico sugiere que hasta hace 3.000 millones de años la corteza terrestre no se movía en absoluto, por lo que averiguar qué fue lo que desencadenó este fenómeno único es algo que desde hace décadas obsesiona a los geólogos. “Nosotros sugerimos que fue provocado por el surgimiento de los primeros continentes y que, finalmente, se convirtió en un proceso autosostenible”, dice Rey.
Existen en la Tierra ocho placas principales que se mueven sobre el manto a una velocidad media de 15 centímetros al año. El proceso implica que, en ciertos puntos, las placas son arrastradas hacia el manto mientras que en otros son empujadas por él, en un movimiento cíclico que se ha bautizado como La cinta transportadora.
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De hecho, nuevo material surge continuamente del interior de la Tierra a lo largo de las dorsales oceánicas, enormes cordilleras submarinas. Y, a medida que el magma nuevo aflora a la superficie, va empujando al antiguo, ya frío y sólido, hacia las costas continentales. Así es como se genera continuamente la nueva corteza terrestre.
En esas mismas costas, sin embargo, sucede el proceso contrario. Empujado por el magma que sigue surgiendo en las dorsales, la corteza vuelve a sumergirse en el manto, bajo los continentes. Es decir, se destruye. Ese es, a grandes rasgos, el mecanismo que permite la contínua regeneración de la capa sólida que envuelve nuestro mundo.
La Tectónica de Placas depende directamente de la relación que existe entre la densidad de las rocas y la temperatura. En las dorsales oceánicas, las rocas están muy calientes y su densidad es menor, lo que facilita su movimiento y flotar. Pero a medida que se van alejando de las dorsales, empujadas por el nuevo magma que surge continuamente, las rocas se enfrían y su densidad aumenta, hasta alcanzar el punto de hacerse más densas que el manto subyacente, lo que hace que, al final de su viaje, vuelvan a ser arrastradas hacia su interior. Con información de: www.abc.es