Fue parte del equipo de profesionales del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá (Incap), cuando aún vivía su “época de oro”, como él la denomina —entre las décadas de 1950 y 1970—. “Estuve al lado de los doctores Ricardo Bressani, Óscar Pineda y Mario Molina”, cuenta con orgullo.
Esa experiencia le permitió impulsar numerosos proyectos nutricionales del Incap en Ecuador, Venezuela y los países centroamericanos. Por su labor, Cuevas García llegó a ser oficial superior en agroindustria en la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en Roma, Italia, así como representante de esa institución en Lima, Perú.
Entre el 2011 y mediados de este año, además, fue rector de la prestigiosa Escuela Agrícola Panamericana Zamorano, en Honduras. “Soy una especie de trotamundos”, comenta. De hecho, ha visitado más de 40 países y residido en siete de ellos, por lo que tiene una visión amplia de los campos agroindustrial y nutricional del mundo, temas que trata en esta entrevista.
Guatemala produce muchos alimentos y de una gran variedad. ¿Por qué hay tanta gente con hambre?
Esta situación resulta irónica, pues son los más pobres los que se dedican a la agricultura. Considero que el problema no es alimentario, sino social. Puede que haya suficientes alimentos para los guatemaltecos, pero también hay que analizar el acceso que tienen a ellos. ¿Cuántos pueden comprar comida? A esto se suma el factor educativo. Algunos podrían comprarse un vaso de leche, pero, en cambio, van por una lata de gaseosa.
Entonces, ¿qué hacer para mitigar el hambre?
Se piensa que si a la gente necesitada se le lleva mucha comida, el problema se soluciona. Eso es factible en emergencias, pero no es así en todos los casos. También existen las intervenciones a mediano plazo, y por eso resulta importante el rol de la agroindustria. De esa cuenta, considero que los gobiernos, en alianza con la iniciativa privada —cuando sea posible—, desarrollen programas y políticas que generen riqueza y equidad para toda la sociedad. Esto incluye acceso a la educación, salud, infraestructura, tecnología y posibilidades de obtener crédito para invertir.
El mandatario uruguayo José Mujica, en declaraciones recientes, dijo que en la actualidad los presidentes no mandan, sino que son los grandes poderes financieros. ¿Usted cree que estos últimos permitirían tal desarrollo social?
Es posible. Corea del Sur es un ejemplo. Hace unos 60 años se centraron en el desarrollo nacional, y lo lograron.
Pero también redujeron la corrupción, y eso, en Guatemala, se ve lejos.
En el campo científico, según su experiencia, ¿existe la corrupción?
No puedo afirmarlo ni negarlo. Creo que se da más cuando hay intereses comerciales.
Usted, desde Perú, participó en el programa Iniciativa América Latina y el Caribe sin hambre 2025, lanzado en el 2006 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, en inglés). ¿Se logrará cumplir el objetivo?
Espero en Dios que sí, pero países como Haití, Guatemala, El Salvador, Honduras y Bolivia deben hacer un esfuerzo enorme. En cambio, van bastante adelantados Panamá, México, Colombia, República Dominicana, Perú y Ecuador, los cuales para el 2025 tendrán índices de desnutrición muy bajos.
¿Cómo analiza esa situación en Guatemala?
Estamos entre los peores del mundo. Calculo que 50 de cada cien niños padece desnutrición crónica. Pero también hay que tener en cuenta que existe desnutrición por exceso —obesidad—. Hay muchos que están pasados de peso, pero malnutridos, y eso causa enfermedades coronarias o diabetes.
La FAO calcula que en el mundo hay alrededor de 842 millones de personas con hambre crónica, a la vez que se desperdician cerca de mil 300 millones de toneladas de alimentos cada año. ¿Qué se debe hacer para reducir esa pérdida?
Es una situación lamentable, porque es una gran cantidad de alimentos que nunca llegan a comerse. Imagínese, esas mil 300 millones de toneladas podrían alimentar a dos mil millones de personas. Hay despilfarro, y eso es por falta de conciencia y de cultura humanitaria. No hay que desperdiciar lo que otros podrían comer; en eso todos podemos contribuir.
Hasta ahora, somos más de siete mil millones de personas en el mundo. ¿Es posible producir lo suficiente como para alimentar a todos sin dañar el planeta?
Ese es el gran reto: incrementar la productividad sin amenazar la sostenibilidad. La FAO calcula que cada año se emplean más de cien millones de toneladas de abono nitrogenado, el cual puede dañar el ambiente. No obstante, si no se utilizara, la humanidad no existiría tal como la conocemos hoy. De esa cuenta ha surgido un gran debate en torno a este tema y, al mismo tiempo, ha impulsado la agricultura orgánica.Personalmente, creo que el uso de químicos debe ser fundamentado a través de métodos científicos —ingeniería genética, estudios de erosión, capacidad de suelo o agricultura de conservación, por ejemplo—. No se trata de utilizar tal sustancia en cualquier lugar, ni que los gobiernos entreguen fertilizantes a diestra y siniestra. Insisto, todo debe ser estudiado.
Pero esos conocimientos no los tienen los pequeños agricultores.
Ese es otro aspecto que los gobiernos e iniciativa privada deben tomar en cuenta. Por eso es importante que la educación y la tecnología sean accesibles para todos.
¿Cree que la agricultura acabe con nuestro planeta?
Es difícil de contestar, pero si tuviera que elegir entre “sí” o “no”, diría que sí. Por eso es vital crear políticas adecuadas para asegurar la existencia del ser humano y la conservación de su hábitat —el planeta—. El cambio climático y la extensión de la frontera agrícola son los grandes problemas por enfrentar. Esos factores hacen que la gente migre a otros lugares, por lo que surgen problemas de índole social.
En otra temática, ¿cree que Guatemala invierte lo suficiente en el sector científico?
No. Ese es uno de los principales problemas que existen en Centroamérica, quizás a excepción de Costa Rica y Panamá. En los demás países se necesitan fortalecer las áreas de las ciencias.
¿Cómo recuerda su paso por el Incap?
Después de haber obtenido mi título de ingeniero químico en la Universidad de San Carlos, ingresé en el Incap. Fue ahí donde me interesé por la nutrición. Tuve la suerte de estar al lado de grandes científicos, como el doctor Ricardo Bressani —creador de la Incaparina—, quien, de hecho, ha sido mi modelo. También trabajé con los ya fallecidos doctores Óscar Pineda y Mario Molina —impulsores del hierro fortificado y la galleta nutricional, respectivamente—.
¿Considera que esa institución perdió la influencia científica de la que gozaba en décadas pasadas?
Me atrevería a decir que ya no es la misma de antes, aunque me desligué desde hace ya muchos años. La época de oro del Incap fue en las décadas de 1950, 1960 y 1970; era de los centros de investigación nutricional más importantes del mundo, pero hay que tener en cuenta que antes tenía el apoyo de la Organización Mundial de la Salud. Hoy, sus posibilidades han disminuido, en parte porque tiene una estructura administrativa y fuentes de financiamiento distintas.